[OPINION] La élite en fuga o el abandono de Viña del Mar (Rodolfo Follegati Pollmann)

De tanto recorrer nuestra ciudad, sus calles céntricas, sus viejas mansiones que se caen a pedazos y desaparecen entre modernos edificios, se me viene a la memoria una clásica rutina del humorista Coco Legrand. En su particular estilo el humorista explica cómo se fue dando la evolución urbana de Santiago.

La historia comienza señalando el afán del ser humano por distinguirse de los demás, en especial de los “huevones” (entiéndase por huevones los pobres, arribistas, clase media, etc.). Y para diferenciarse de los “huevones” es necesario apartarse de los “huevones”. El drama es que los “huevones” siguen al rico, porque el rico da plusvalía. Así llegaron los pobres a vivir al centro de Santiago, cerca de los ricos; y los ricos se fueron, del centro a Ñuñoa. Y allá llegaron los “huevones”, entonces los ricos se fueron a Providencia, y los “huevones” los siguieron. Y los ricos se fueron a Apoquindo, a Las Condes, a La Dehesa, a Huechuraba… y allá llegaban los “huevones”. Y en Huechuraba los ricos se dieron cuenta que estaban en Conchalí, en la tierra del Zalo Reyes, y arrancaron a Colina… ¿Y de qué arrancan los ricos? se pregunta Coco Legrand, tal vez de su propio pasado.

Se preguntarán ustedes qué tiene que ver esto con Viña del Mar. Este es un fenómeno social que se repite en muchas ciudades, cierto. Pero tengo la impresión que en nuestra ciudad no aplica. En Viña del Mar la ciudad nace entre unas pocas cuadras en torno a la estación y la línea del ferrocarril. Allí se construyen grandes mansiones y palacios de propiedad de las familias acomodadas de Valparaíso y Santiago. Allí mismo llegan los pobres, que trabajan para los ricos, en sus casas, en sus fábricas, en el ferrocarril. Pero los ricos no se van. Al contrario del cuento de Coco Legrand, son los pobres los que al cabo de unos años se desplazan al otro lado del estero, y los ricos, esa aristocracia fundante, quedan tranquilos disfrutando de los salones del Gran Hotel o del Club de Viña. Hasta que el espacio les queda chico. Entonces, Salvador Vergara, hijo de José Francisco y Mercedes Álvarez, decide lotear sus terrenos al norte del estero y funda la Población Vergara, y el norte del estero, el antiguo arenal, se llena de nuevas mansiones y palacios, y los pobres que allí estaban se corren más allá de 8 Norte y hacia el mar. Pero los ricos siguen necesitando más espacio y ocupan el área costera, la avenida San Martín, y se llena de hoteles, Casino y restaurantes y edificios, y los pobres se empiezan a encaramar a los cerros y se van a Santa Inés. Pero los ricos los siguen, y también se van a otros cerros, a Recreo, a Viña del Mar Alto, y los pobres que allí estaban se tienen que ir a Nueva Aurora, a Forestal.

Pero, los ricos también se quedan en el centro mientras los pobres siguen arrancando de los ricos. Y el centro se agranda, cada vez con más ricos que ocupan la parte plana de la ciudad y los pobres siguen huyendo a los cerros y la periferia. Y cuando los ricos ya no tienen más donde ir, cuando el centro no tiene más donde crecer, se pegan el gran salto, a Reñaca, Jardín del Mar, Bosques de Montemar, Los Pinos. Allí donde sólo había dunas, pantanos y arena. Y construyen sus nuevas mansiones y palacios. Claro que ahora ya no hay pobres que desplazar, porque los pobres habían llegado antes, a Gómez Carreño, Reñaca Alto, Achupallas, con sus vistas espléndidas desde la altura hacia la inmensidad del océano, y de ahí, los ricos no los pudieron sacar.

Así los ricos destruyeron los magníficos paisajes naturales de dunas y bosques, pero los volvieron a inventar, aunque sea en los rimbombantes nombres de los nuevos barrios, con jardincitos, prados y palmeras introducidas que nada tienen que ver con la vegetación autóctona y endémica. Y ahora sí que abandonaron el centro, el casco histórico y todo vestigio de patrimonio, testimonio de la ciudad original. Y cuando se dieron cuenta de lo que habían perdido lo volvieron a recuperar, pero esta vez lo llenaron de edificios, supermercados y malls. Y no les salió muy caro, pues allí donde había quedado la gran casona familiar que heredaron, con sus arcos y cúpulas neoclásicas, la echaron abajo para construir sus modernos mamarrachos y especular con onerosos precios de venta o arriendos que han terminado asfixiando al pequeño comercio y habitante local.

Pero no se ofenda querido lector, especialmente si vive en los barrios que he mencionado. Tengo grandes amigos, queridísimos parientes, incluso yo y mi familia vivimos por algún tiempo en esa otra Viña del Mar. No pretendo caer en ningún tipo de resentimiento con estas reflexiones, tan sólo parafrasear el cuento de Coco Legrand, aunque sé que estoy lejos de su gracia y agudeza. Finalmente la culpa no es de los ricos ni de los no tan ricos.

Lo que sí me queda claro es que, a la luz de los acontecimientos y el devenir de la historia, la certera rutina del humorista aplica para Viña del Mar, pero en sentido inverso. En nuestra ciudad no fueron los ricos los que arrancaban de los pobres, como en Santiago y en muchas otras ciudades. Aunque a la larga se podría decir que los ricos arrancaron de sí mismos cuando agotaron y abandonaron la ciudad original, y arrancaron tan lejos de ese centro como pudieron. El destino los puso en los nuevos arenales del siglo XXI que quedaban disponibles, tal como los pobres ocuparon los arenales del siglo XIX al norte del estero, pero esta vez mucho más lejos.

Por eso creo que cuando culpamos del deterioro de la ciudad, de su centro histórico, al insoluto comercio ambulante, al desparramo de tiendas de todo a mil o a los nuevos habitantes, debemos considerar también el abandono y la renuncia del sentido urbanístico que tuvo desde sus inicios Viña del Mar, cuando convivían en un mismo espacio los ranchos y los chalets, las industrias y el comercio de lujo, que luego dio paso a la ciudad segregada y degradada de hoy.

Viña del Mar era un rincón del paraíso, y aunque a María Luisa Bombal ese rincón de paraíso le parecía una ficción, en el fondo, sí existía. Existía en la mezcla de la brisa marina y los efluvios primaverales de las flores de la pradera, existía en los vapores que emanaban del fogón de un simple rancho campesino o de las refinadas cocinas de la calle Álvarez. Existía ese rincón de paraíso cuando la ciudad tímidamente pretendía ser “ciudad jardín”, cuando convivían los chalets y las chimeneas. Existía ese paraíso en las chinganas de la calle Von Schroeder y en los salones del Gran Hotel o del Club de Viña.

Pero el tiempo fue olvidando ese paraíso, el tiempo y los hombres que quisieron apropiarse de él. Y ahí, como se lamenta Bombal, se propagó la ficción. No era el paraíso la ficción, sino una versión de él. Tal vez la versión que hoy se agotó y sucumbió al modernismo inmobiliario y especulativo. La versión que hoy se arrinconó. Sí. Es el paraíso arrinconado el que subsiste y sobrevive, en los barrios suburbanos, en la nostalgia.

Estas reflexiones y divagaciones no son más que mirarse al espejo, mirarse uno mismo y ver cómo cambian nuestras vidas y nuestras maneras de vivir al ritmo en que cambia la ciudad. O dicho de otro de modo, cómo cambia la ciudad al ritmo en que cambiamos nosotros y nuestros modos de vivir.

Los alocados tiempos en que escribo estas líneas, tiempo de pandemia, de encierro y de temores, nos obligan a la reflexión, a mirarnos a nosotros mismos y a ver en la ciudad, en nuestra ciudad, la extensión de nuestra existencia y convivencia. Pues la ciudad no es más que la consecuencia de nuestras acciones.

Rodolfo Follegati Pollmann
Profesor de Historia
Magíster en Historia PUCV

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2 respuestas »

  1. INTERESANTE LA REFLEXIÓN QUE COMPARTE, CONSIDERO QUE ESTO SE DEBE A LA FALTA DE PLANIFICACIÓN URBANISTICA , DE COMO SE PLANTEA EL CRECIMIENTO DE LA CIUDAD PERO NO SOLO DESDE LA DEFINICIÓN DE CONSTRUIR VIVIENDAS, ÁREAS COMERCIALES E INDUSTRIALES SINO TAMBIEN A QUE QUEREMOS NOSOTROS RELACIONARLOS, VINCULARNOS CON LOS OTROS. DESDE LOS AÑOS 80 SE DEJO LA PLANIFICACIÓN AL MERCADO DONDE A LAS INMOBILIARIAS SE LES PASO EL ROL DE «URBANIZAR» Y ES DE ESE MODO QUE EL SUELO EMPIEZA A PREVALECER EN FUNCIÓN DE CUANTO VALE, DONDE ESTA LA MAYOR RENTABILIDAD PARA ELLOS Y ADEMAS QUE EMPIEZAN A OFRECER CALIDAD DE VIDA EN RELACIÓN A QUIEN TIENES AL LADO.

  2. Quizás mi ciudad-paraiso no dio el ancho para tanta población que quiso vivir en él y de él.
    No quiero, me resisto a sacar mis raíces de la otrora ciudad jardín, pero se hace cada vez más una posibilidad

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