Pareciera que debemos leer estudios de afuera para darnos cuenta de nuestra catástrofe local. El impactante informe de la Escuela de Economía de París nos dio una gran cachetada: “Chile suma 120 años de desigualdad extrema”. No es una nebulosa, no es un enjambre incierto ni una nube cegadora: la desigualdad es concreta y tiene cifras reales en Chile. Hablar de desigualdad en nuestro país significa globalmente como si nos dividiéramos en dos.
Pero, ¿cuán desiguales somos, dónde nos posicionamos a nivel mundial? El estudio mencionado es claro: la mitad de la población con menos recursos acumula una riqueza apenas sobre el 0%, mientras que el 1% más rico posee casi la mitad de ella. Somos uno de los países más desiguales en América Latina, con niveles comparables a los de Brasil. Y para tener un panorama más palpable, se indica que la mitad de la población más pobre acumula el 10%, mientras que el décimo más rico aglutina un 60%.
La verdad es que no hay conciencia ciudadana, porque estamos tan compartimentados y configurados en verdaderos guetos con un límite marcado entre barrios, donde no es raro que haya personas que no conozcan la comuna de Santiago centro, el área sur o que ciudadanos con menos recursos sólo acudan camino a la Cordillera para trabajar en las obras de construcción, como asesoras del hogar o de empleados en el retail.
Esto, traducido a la cruda realidad, significa que las personas del 10% más pobre tienen menos esperanza de vida al nacer que una persona con recursos. La educación está marcada por la segregación y la desigualdad en la calidad. Esto hace que la educación no se convierta en una posibilidad de salir de la pobreza, hasta puede perpetuarla y no se logra esa integración que sí se da en otros países. Y la pandemia vino a recrudecer aún más el panorama, creando brechas obscenas entre unos y otros.
Algunos se preguntan si existe realmente la tan mentada clase media que hace que vivamos ese espejismo de la no pobreza. La pandemia expuso a las familias y la retrató sin adornos ni colores. Los datos de la OECD son muy claros respecto a Chile: un 53% correría el riesgo de caer en la pobreza si tuviera que renunciar a tres meses de sus ingresos.
Venir marcado por la cuna se hace insostenible, las consecuencias son nefastas e incalculables, sobre todo después de la aparición del Covid-19. Una caminata por la realidad puede alumbrar el paisaje y convertir las cifras en rostros, para avanzar con humanidad, sobre todo en épocas de elecciones y promesas.
Carlos Schneider Yañez
Odontólogo y Magíster en Gestión en Salud
Universidad de Chile
M.B.A. Tulane University (USA)
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