Nuestra larga y angosta faja de tierra, desde 2019 se ha visto constantemente fragmentada a raíz de las diferentes elecciones y plebiscitos a las que el electorado ha estado sometido. En cada una de las instancias, la civilidad se olvida, al reinar la intolerancia, soberbia bajo la pseudocreencia de portar la única gran verdad, y polarización, donde todos parecieran catalogarse en “amigo-enemigo” conforme a si es o no adherente a una u otra opción de la papeleta.
Hace años Chile perdió el buen diálogo, escuchando meramente para responder, mas no para comprender el porqué del postulado de la contraparte, pareciendo importar imponerse por sobre dialogar para construir más y mejores proyectos, resultando, al final del día, afectada la sociedad en todas sus áreas, pues unos con otros se bloquean mutuamente para imposibilitar el avance.
¿Qué ha ganado nuestro país con todo esto? Absolutamente nada, salvo la cada vez mayor división ideológica donde no existe ánimo consensual, sino solo interés de colocarse en el “pedestal de la razón” por el mero deseo personal irracional de mirar con desdén a otro, para sentir esa gratificación estimuladora dopaminérgica, pero que más temprano que tarde solo fortalece las raíces del subdesarrollo.
¿Cómo esperamos dejar de ser tercermundistas, si no hacemos nada para ayudarnos a nosotros mismos? Lo principal -adicional a escuchar para comprender, buscar consensos y pensar en pro de la sociedad, dejando atrás individualismos que busquen alimentar al ego- sería entender que al final del debate, de las elecciones, del día, somos todos personas, somos chilenos donde cada decisión nos afecta directa o indirectamente, siendo, por tanto, imperioso retomar el sentido de ser una sociedad, una comunidad y no un montón de seres deseosos de alimentar el ego para, al final del día, no conseguir nada significativo.
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