Hoy Joaquín Lavín es el personaje político que más veces aparece en los matinales de TV. Busca mostrarse como un sujeto simpático, cercano y que empatiza con las necesidades de los pobres de Chile. Un derechista inocente, “buena gente”, que, una vez más, quiere ser Presidente para “ayudar a todos”.

Tal vez las nuevas generaciones no tienen idea quién es este individuo. Aquí unas pocas líneas para que lo conozcan mejor y también para que los más viejos recuerden y no olviden.

En 1987, en plena dictadura, Joaquín Lavín lanzó su libro “La revolución silenciosa”, en el que hace una apología del modelo neoliberal implantado a sangre y fuego por su ídolo y mentor, Pinochet.

Orgulloso, se lo presentó personalmente al dictador, para que éste lo alabara y se lo agradeciera.

El libro, en general, es como “Alicia en el país de las maravillas”. Todo es lindo, fantástico. Gracias a Pinochet, los chilenos podían ser libres para comprar, para viajar, para vivir como quisieran.

Pero la obra de este ex funcionario del régimen dictatorial adolece, paradójicamente, de numerosos y profundos silencios.

Por ejemplo, entre los pilares del “Nuevo Chile”, Lavín cita la madera como “el nuevo cobre chileno” y entrega datos y cifras del aumento de las plantaciones en muchos lugares del país. Lo que no dice Lavín en su libro es cómo las empresas forestales se roban el agua de las comunidades rurales para hacer sustentables sus propios negocios, llenándose los bolsillos a costa de la pobreza de sus vecinos.

Otro capítulo titulado “La Pincoya, mejor que el Barrio Alto”, es una verdadera bofetada a los pobres de Chile. En esta parte, el hoy mediático Lavín expone que los niños de la popular población de la zona de Santiago son mucho más “creativos” que los hijos de los ricos de Las Condes o Vitacura al usar los computadores, porque mientras a los “hijitos de rico” sus padres o empleadas les resuelven todo, los niños de La Pincoya son más “creativos” para poder subsistir.

Nada dice este locuaz personaje que en La Pincoya se pasan hambre y miserias, marginalidad y discriminación. Y que la droga cayó como una bomba atómica sobre ella. No dice que, debido a esas duras condiciones adversas, los niños de este lugar deben luchar día a día para poder vivir. Esa la verdadera razón.

En otra parte del libro destaca que la corriente de Humbolt es un aporte para Chile, lo que permite que tenga una gran industria pesquera. Otra vez llena de datos y cifras los párrafos.

Pero no dice nada que esa misma industria está controlada por siete familias que son dueñas del mar de Chile. Y que los miles de pescadores chilenos deben luchar por conseguir las migajas que les dejan los capitalistas nacionales y extranjeros.

Tampoco consigna que, para implantar el neoliberalismo en el país, la derecha saqueó el Estado, privatizando todas sus empresas, las que fueron compradas por sus amigos a precio vil. No dice que esto se pudo llevar a cabo también porque el movimiento sindical fue reprimido y sus dirigentes más destacados asesinados.

En síntesis, el famoso librito es claramente la mirada con un solo ojo de la realidad del país, la mirada neoliberal que solo ve a los chilenos y chilenas como clientes, no como ciudadanos y mucho menos como personas. En su libro, Lavín no mencionada para nada que el modelo que tanto le gusta y defiende fue impuesto a costa del asesinato de miles de compatriotas, mientras otros tantos fueron torturados, apresados o exiliados.

Este es el sujeto que quiere ser nuevamente, por enésima vez, Presidente de Chile. Hay que desenmascarar a quien se viste hoy con piel de simpático “opinólogo” de matinales de TV y, tras su bobalicona sonrisa, busca mantener desde 1987 en Chile el nefasto modelo de Pinochet.