Tal como me sucedió con Jorge Teillier, hablé una sola vez con León Ocqueteaux. Lo llamé a Chile Chico; y, luego de una larguísima conversación, le dije que deseaba entrevistarlo. Quería preguntarle por esos mismos versos que aparecen en su obra y en la de Jorge Teillier; por su amistad con Guillermo Deisler; también, por su relación con el Norte Infinito y, fundamentalmente, por su visión sobre el “larismo”. Me señaló, que lo llamara al día siguiente; porque me iba a mandar un pasaje en avión, para que fuera a visitarlo. No lo llamé al otro día. No lo llamé nuevamente. Me arrepiento, porque ahora sé que estaba hablando en serio. Era generoso; de fama. Era Conservador de Bienes, así que podía. Me arrepiento; no por los pasajes, obviamente, sino por la oportunidad de haber entrevistado a un desconocido y maravilloso poeta.
Ese año, Joaquín Edwards gana el Premio Nacional de Literatura, el Presidente Antonio Ríos crea la Empresa Nacional de Electricidad y un terremoto asola la ciudad de Ovalle. El mariscal Paulus se rinde al glorioso Ejército Rojo; se publica El Principito de Saint Exupéry, y con la invasión del Gueto de Varsovia y la Conferencia de Teherán empieza a hacerse patente la derrota definitiva de los nazis. En cambio, León Ocqueteaux vive refugiado en “la secreta casa de la noche[1]” con su amada, rodeado de gorriones y violines. Aún más: este es un libro de amor; amor al prójimo, a la tierra, a la memoria y al paraíso tangible e intangible donde habita el hombre; todo el larismo es un canto de amor.
“Gorriones de 1943” es un poema; poemas —dice el autor—; un sólo texto, dividido en 40 partes, que en la mayoría son de una estrofa y otros pocos: de dos y de tres. También, es una selección, ya que no vienen los textos: 2, 3, 5, 7, 13, 20, 22, 25, 27 ,32, 33 y 38. O sea, sólo vienen 28 textos. Además, vienen tres linograbados; dos viñetas al final del libro y la portada, todos de Guillermo Deisler.
Son muchos poemas en un poema. Dice una nota final: “La dedicatoria, poema 5, fue autorizado por el poeta Pablo Neruda”. Pareciera que es una broma; porque, irrecusablemente, el poema 5 no aparece. Y esto aclara que, cada parte de Gorriones 1943 también son, para el autor, poemas en sí. Asimismo, son un guiño a John Keats[2].
Dado lo anterior, este texto se puede leer como una Crónica del Forastero[3]. Se detecta un giro leve del larismo; un giro personal, iniciado por Ocqueteaux. Por ello, me parece un salto en su propuesta estética. Por lo mismo, es una obra dispareja; pareciera que sacrifica versos a favor de la atmósfera, donde esas pequeñas joyas brillan en la espesura del bosque. En esta obra se manifiestan los motivos láricos; partiendo, en dar, a todo el texto, un sentido de extrañeza, de añoranza y de desconcierto. Esto queda claro, en el epígrafe de Nicanor Parra que encabeza este texto o poemario —siguiendo el sentido del autor—: “Sólo la luna sabe quién soy yo”.
Su arraigo es notable: “Doña Clara, la bruja de la aldea,/ lanzando paletadas de tierra de cementerio/ al portón de su vecina enferma”(Poema 8).
Su atmósfera: “El penetrante olor de eucaliptus/ se confunde en tu memoria/ con el de las bolitas de naftalina del arcón de los abuelos.// La noche de los forasteros.// Estuviste más de dos semanas enfermo, con fiebre alta,/ cuando escuchaste que el tren rastrero del sur/ había arrollado al único carromato/ del pobre circo “El Príncipe Rulkam y el Fakir Pekam”(12).
Su conexión con sus raíces: “Un pato silvestre volando/ bajo el puente de Allipén Viejo,/ mientras a lo lejos galopaban jinetes perdidos.// Escrito en el día de los muertos.// La abuela dice en voz baja:/ Este año no tendremos qué llevarle a los muertos, las lilas como nosotros se van poniendo viejas”(19).
Su infancia en la patria genuina es una imagen que no se oxida ni se gasta; viene del pasado remoto, pero se instala imperecedero: “Don Benito Soto, el cuidador de la quinta,/ contándote historias de brujos y aparecidos,/ mientras se cocía el pan en el rescoldo.// Fotografías.// Con un caracol en la mano frente a la playa de Puerto Saavedra,/ tomando el sol en un bote abandonado,/ tratando de alcanzar un racimo de cerezas”(24).
Su magia, que siempre une al hilo y al hierro —y, como dice Borges[4], “es inmortal y pobre”—; la miseria y el desamparo con el prodigio y la inocencia: “Piel de Asno,/ era la pequeña mendiga de trenzas/ que vagaba por los trenes pidiendo un poco de comida”(30).
Su ceremonia que cobija el ethos, el lar y las tradiciones, que no sólo son añoranzas, sino memoria y patrimonio: “La madre dice:/ No silbes en los rincones de la vieja casa,/ puede aparecer el Diablo.// Así comienza un cuento.// Cuando llegan los días de invierno,/ es bueno recordar junto al fuego viejas historias”(31).
Su felicidad, en ese mundo que es la heredad, que sigue vigorosa y que le permite ser niño, ser mago y ser habitante del País de las Maravillas: “Para imitar al capitán Luna,/ te disfrazaste con una capa roja,/ que asustaba a tus hermanos más pequeños.// Poema de la Felicidad.// Llorarías de felicidad,/ si vieras otra vez, volver a tu padre del campo/ una lluviosa tarde de Invierno,/ con el morral cargado de zorzales”(37).
No son estos textos alambrados, cercos del campo; pero, tampoco autopistas; tal vez, un Far West, donde todo está naciendo; creándose, añorándose de vitalidad imborrable. Esto que no está transmitido en lo representativo; huelga decir, no vale por lo que dice, sino por lo que es: habla desde el ser[5]. León Ocqueteaux Díaz ya está en el cementerio (1937—2009), pero sus versos y su magia están surcando en medio del frío y la llanura del universo.
Se acusa, con cierta liviandad, que los láricos construyeron versos poco tensos y fofos; pero no es tan así, ya que esta propuesta era que la construcción fuera hilada; un ritmo que fuera en concordancia con la fluidez de la naturaleza, como un concierto. Y esto los separa de Lihn, de Anguita y de otros. No es del preciosismo de lo que depende el arte o sólo de ese deseo pensado o inconsciente, ni siquiera de ese perfeccionismo técnico.
Lo que motivaba a los láricos —especialmente a León Ocqueteaux— no era ser moneda brillante, ni tampoco poesía envuelta en exterioridad y pirotecnia, sino de esta otra: “Jamás la poesía de la tierra se extingue:/ cuando a todos los pájaros abate el sol ardiente/ y ocúltanse en frescores de umbría, una voz corre/ de seto en seto, por prados recién segados”[6].
El propósito último de los láricos era ser en la heredad, tal como lo dice Borges en su Arte poética: “Cuentan que Ulises, harto de prodigios/, lloró de amor al divisar su Ítaca/ verde y humilde. El arte es esa Ítaca/ de verde eternidad, no de prodigios[7]”.
NOTAS
[1]Kerouac, Jack: “Ella y yo nos escondimos en la secreta casa de la noche”.
[2]Cortázar, Julio, Imagen de John keats; Editorial Alfaguara, Buenos Aires, 1996.
[3]Teillier, Jorge, Muertes y Maravillas, Editorial universitaria, Santiago, 1971.
[4]Borges, Jorge Luis; Arte poética; Emecé Editores, BuenosAires, pp. 161, 162.
[5]Jauss, Hans Robert; Pequeña apología de la experiencia estética; Editorial Paidos, España, 202.
[6]Keats, John; Sobre la cigarra y el grillo.
[7] Borges, Jorge Luis; Arte poética; Emecé Editores, Buenos Aires, pp. 161, 162.

