[Editorial] La exigencia de renuncia del cómplice activo de la dictadura cívico-militar

Sin lugar a dudas, el asesinato de Camilo Catrillanca a manos del Comando Jungla ha sido un punto de inflexión en el tema de la violencia desatada por el gobierno de Piñera contra el Pueblo Nación Mapuche.

Esto, porque ha gatillado una reacción en todas las comunidades mapuche -y en la ciudadanía en general- de un profundo rechazo y condena a la política de guerra declarada por Piñera; reacción que se viene expresando en constantes manifestaciones en las calles del país, y también en el extranjero.

Si bien el asesinato de Catrillanca se suma a una larga lista de crímenes del Estado chileno en contra del Pueblo Nación, la mayoría de ellos ocurridos en los gobiernos de los “socialistas” Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, es este último homicidio el que se percibe como la gota que rebalsó el vaso.

Sumado a lo anterior, la violencia ejercida contra manifestantes de los territorios sacrificados en materia ambiental, con gravísimas consecuencias en la salud de la población; nos da un antecedente sobre la cultura dictatorial que sigue incubada en la derecha chilena. El sospechoso homicidio del dirigente de los pescadores de Quintero, Alejandro Castro, justo después de una marcha ocurrida en Valparaíso en apoyo a los habitantes de la zona de sacrificio Quintero-Puchuncaví, no hace más que profundizar en la indignación contra la política de gobierno interior encabezada por Andrés Chadwick Piñera.

Cabe recordar que Chadwick fue un cómplice activo de la dictadura cívico-militar, que en lo formal culminó el 11 de marzo de 1990, pero que en la práctica extiende hasta nuestros días sus perversidades. Fue uno de los que le prendió antorchas al dictador en el cerro Chacarillas en 1977. Fue uno de los presidentes designados por los militares para encabezar la FEUC, universidad donde era conocido por golpear a estudiantes, hombres y mujeres, opositores a la dictadura de la que él era parte. Fue uno de los que recibió instrucción política del ideólogo de la dictadura, Jaime Guzmán, en las dependencias de Colonia Dignidad, según relata la también cómplice activa de dicho régimen, Mónica Madariaga.

¿Qué se puede esperar de un personaje de esta calaña en materia de derechos humanos? La pregunta resulta válida y contingente. Chadwick es, por antonomasia, la representación del político conservador y autoritario que, de un tiempo a esta parte, aprovechándose de una “democracia” pactada, ha intentado lavar su imagen con posturas y declaraciones que lo alejan teóricamente de su esencia y su nefasto pasado.

No obstante, la imagen “democrática” de Chadwick empieza a desteñir y, de paso, evidencia el verdadero carácter de la derecha chilena, donde Piñera por más leyes de corte liberal que promueva, sigue siendo el guaripola del ethos represivo que la ha caracterizado durante toda la historia de la República.

En este contexto, la exigencia de renuncia del cómplice activo Chadwick que se ha instalado en las calles y en las redes, es una interpelación concreta al doble discurso del gobierno en materia de democracia y derechos humanos.

En esa línea, como medio de comunicación que promueve los derechos humanos y la justicia, nos sumamos a esa petición de renuncia.

Si el gobierno no toma en cuenta la voz de la calle y la creciente indignación ciudadana que se ha instalado, sólo queda augurar una espiral de violencia que a nadie beneficia. ¿O sí?

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