Santiago

[CRONICA] Sostiene Pacheco: Conversación en La Catedral

Sostiene Pacheco que parado en la puerta del Diario La Quinta, en Valparaíso, mira la calle Clave, sin amor: edificios descoloridos, bares de mala muerte, el Ejército de Salvación, el día gris. ¿En qué momento se había jodido Chile?, fue la pregunta que brotó incontenible. Como todos los lunes, después de la reunión con la editora, sabe que debe cumplir su rigurosa agenda, y ésta lo lleva hoy a Santiago a cubrir la charla “Retrospectiva de las políticas culturales en Chile”, dictada por el ex ministro Mauricio Rojas, en el Bar Catedral, en pleno centro de la capital.

A Pacheco lo alienta que la charla sea al mediodía por dos razones: ésta terminará con un almuerzo en dicho bar (donde sirven una albacora lombarda de miedo, según le contaron) y porque eso le permite volver temprano a La Ligua, al remanso de su amada Pompeya. Mientras espera la partida del bus en el Rodoviario, observa los rostros de los viajeros y de las vendedoras de boletos. No hay muchas diferencias de expresiones entre los rostros que se quedan y los que parten. Chile jodido, piensa. La boletera jodida, el conductor jodido, todos jodidos.

Sostiene Pacheco que a la altura de Placilla de Peñuelas fue inevitable recordar la Batalla de Placilla, donde los cadáveres mortificados de dos generales oficialistas (Barbosa y Alcérreca) fueron exhibidos en público. Era la representación del triunfo de los alzados contra el presidente Balmaceda, los cuales contaban con el apoyo de una rama de las FFAA con tradición golpista: la Marina. ¿Sería ese el momento en que se jodió Chile?

Mmm. Al menos en esa guerra civil había dos bandos con capacidad de combate; cosa que no ocurrió en Iquique 16 años después, donde a instancias de un general asesino y respaldado por el presidente Pedro Montt, Silva Renard las emprendió contra niños, mujeres y hombres desarmados, defendiendo –como siempre- los intereses de los capitales extranjeros. Ciertamente, ahí nos jodimos. He ahí la expresión más brutal de la cobardía ejercida contra el pueblo desposeído y la traición a los intereses de quienes constituyen la mayoría de esa patria que los milicos dicen defender.

Sostiene Pacheco que poseído por la idea de dar con el momento en que Chile se fue al carajo, el viaje a Santiago se le pasó volando. Ya en Pajaritos, intentó concentrarse en el tema de su reportaje periodístico. No obstante, mientras caminaba por Santa Lucía rumbo al bar, volvió sobre sus lucubraciones históricas.

Y no, Santa María y otras matanzas del glorioso ejército de Chile contra sus compatriotas pobres en la primera década del siglo XX, no fue la derrota definitiva. Había capacidad de reacción. Así fue que surgió la República Socialista, que por unos pocos meses ilusionó a los de abajo, y que quizá la relegación de Grove y Matte por parte de la cabeza del gobierno Carlos Dávila, quien los exilió a Isla de Pascua (la traición de nuevo), marcó el fin de este experimento. Y así fue que 21 años después, Clotario Blest encabezaría la fundación de la Central Única de Trabajadores; hecho clave en el proceso de toma de consciencia de la clase trabajadora: «la emancipación de los trabajadores es obra de los propios trabajadores», afirmaron. Otros 17 años pasarían hasta el momento en que el desarrollo de dicha consciencia de clase cristalizara en el gobierno popular encabezado por el compañero Allende. No, la jodida derrota aún no tenía lugar.

Sostiene Pacheco que ya en La Catedral, donde había medio centenar de personas dispuestas a escuchar al ex ministro, y mientras se ubicaba estratégicamente junto a la mesa del café y los pastelillos, pudo observar el perfil de los invitados. Entre ellos, algunos connotados: los también ex ministros de cultura Cruz-Coke y Ampuero, Patricia Maldonado, Benjamín Mackenna (o su fantasma), Checho Hirane (vestido con una chaqueta de camuflaje) y, oh, sorpresa, un antiguo amigo de su madre: Humberto Baeza. A Baeza lo había conocido siendo Pacheco un púber. Solía acompañar a su madre a la Peña de los Parra y allí este señor cantaba una canción que después sería muy popular: La casa nueva. Después de cantar, Baeza se acercaba a la mesa donde Pacheco y su madre bebían gaseosas y vino respectivamente, y copa en mano, proponía un brindis por las juventudes comunistas, organización donde militaba el Tito, que era su nombre artístico.

Hacía muchos años que no veía de cerca al hombre; esto porque su madre poco después del golpe, rompió todos los discos y fotos que coleccionaba del –hasta entonces- amigo y compañero Tito. No quiero que vuelvas a mencionar a este traidor en casa, y te prohíbo el que escuches sus canciones. Pacheco, no entendía lo que había ocurrido, pero hizo caso a su madre. Ahora, 45 años después, tenía al personaje a la mano y el contexto le permitía entender las aseveraciones de su madre. Quizá por lo mismo, le resultó interesante incluirlo en su nota para La Quinta.

Sostiene Pacheco que la charla era un conjunto de lugares comunes, patéticamente subrayados por la calidad de converso del expositor; por lo que prefirió seguir con su “indagación histórica”. Sin mediar explicaciones y solo apoyado en la expresión facial de un cabreado más que tenía el mozo de los café, lo interrogó sobre el momento en que él consideraba que Chile se había jodido. La respuesta del mozo fue tan categórica como sorprendente: Nos jodimos cuando hacia el final de la II Guerra Mundial Chile le declaró la guerra al Imperio del Japón. A ver, a ver, dijo intrigado Pacheco, ¿podría argumentar su afirmación? En ese momento, los aplausos indicaron el final de la charla y el mozo se disculpó. Tenía que atender el almuerzo que venía ahora, que después podían seguir con el tema, que encantado le respondería.

Resignado, Pacheco aprovechó el rompe filas de los asistentes para aproximarse a Tito. Buenos días, buenas tardes, bromeo. Y un señor con pinta de paco retirado se volteó para espetarlo con su mirada. Pacheco le sonrió graciosamente mientras Tito lo tomaba del brazo y le pedía lo acompañara al bar. Necesito una caña de vino antes del almuerzo, le confidenció.

Sostiene Pacheco que para sorpresa de él, Tito recordó de inmediato a su madre. No puedo creer que seas tú el mocoso que tomaba Nobis como condenado, acotó mientras tomaba su segunda copa de vino. ¿Qué fue de tu madre? Pacheco le hizo un sucinto relato y luego trató de tomar la batuta de la conversación. ¿Le puedo preguntar algo, don Tito? Por supuesto poh, cabro. ¿Usted cree que Chile está jodido? Una carcajada acompañó el último sorbo de la segunda botella de vino que se bajaba su interlocutor. Durante cuatro horas los dos hombres repasaron la historia de Chile y sus historias personales. Pacheco había abandonado el pisco sour y ahora se sumaba a la quinta botella de vino que pedía Tito. La discusión se había acotado a dos hechos: el asesinato del general Schneider ejecutado por la extrema derecha con apoyo de los gringos, para evitar que asumiera Allende, y el golpe de Estado en sí. Ambos episodios estaban emparentados, por lo que -más bien- se complementaban. La síntesis parecía clara hasta el momento en que uno de los garzones que había terminado su turno (que no era el de los cafés), se sentó a la barra y pidió una piscola a su compañero barman. Eran cerca de las seis de la tarde. Perdonen que los interrumpa, pero los he escuchado cada tanto (después de la séptima botella Tito y Pacheco hablaban a un volumen significativo) y me gustaría opinar sobre el tema. Salud, acotó Tito bastante caramboleado. Dele, dele, apresuró Pacheco con lengua algo traposa. Y el garzón (que en realidad era profesor de filosofía cesante) disparó a quemarropa: Chile partió jodiéndose cuando se aprobó la Constitución del 80, pero se jodió definitivamente cuando en 1984 Aylwin y Boeninger levantaron la tesis de la salida jurídico política que implicaba reconocer la Constitución del 80 como un hecho y que, de ahí en más, se debía reorientar las movilizaciones y las fuerzas políticas de la oposición para derrotar en las urnas al dictador. Que fue lo que ocurrió. La trampa, estimados, es que reconocer dicha Constitución implicaba no solo administrar el modelo económico impuesto a sangre y fuego, sino que profundizarlo. La historia que sigue todos la conocemos porque estamos viviéndola o sufriéndola. Ese fue el consenso alcanzado entre los del Sí y los del NO que han gobernado 28 años: el neoliberalismo. Por eso Chile privatizado y con la inequidad abismante. Luego el garzón alzó su vaso, dijo salud, y se retiró.

Sostiene Pacheco que cuando abandonó La Catedral ya había oscurecido. Tito comenzaba a hablar de platillos voladores y de un Centro Integral de Estudios Metafísicos que presidía. El barman, algo indiferente, le colocaba otra botella de vino y un sandiwch de mechada. Se apresuró para alcanzar el último bus a La Ligua. Una vez sentado en el bus, y antes de dormir la mona, extrañó a Pompeya y pensó simbióticamente, en Tito, el garzón y la banderita de Piñera.

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