A propósito de las declaraciones de cierta senadora, vamos a aclarar que ese término peyorativo y despectivo (pero que lamentablemente algunas personas de cierto sector político lo sienten como válido para expresarse a las clases populares) no hay que tomarlo tan literalmente.
Hoy en día, ser patipelado es ser popular, irreverente y plenamente consciente de su realidad. Los aspiracionales, reggetoneros, cheleros y fachos pobres no caben dentro de esta clasificación social.
Ser patipelado en el Puerto es subirse al trole como cualquier cristiano y sentarse al lado de quien te toque. Es ir al estadio y comprarse un buen sánguche de potito, de esos que chorrean hasta los codos; añorar las colizoskis de pinoski o quesoski; quemar Judas pa’ la Semana Santa; tener un buen quiltro llamado Pillín o Boby; ir al Cinzano sabiendo que tiene 120 partes de Sanidad, pero uno nunca se enferma; saludar de abrazo al Sabino; ir a las Torpederas a recrear la vista y flotar en cámara de neumático; dar monedas para la colecta del Ejército de Salvación; invitar a la color al Rincón de Pancho y llevar uno la bebida familiar…
En fin, es saber de dónde viene uno y para dónde quiere ir, especialmente en esta ciudad carente de finolis y con miles de historias de patipelados que la hicieron única y grandiosa.
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