Cultura

[EN MEMORIA] Carlos Zamora: el cantor que no calló

(por Roberto Córdova)

Los 17 años que duró la dictadura en Chile están poblados de episodios horrorosos, cuando no de una cotidianeidad gris, de mucha pobreza y sufrimiento para una mayoría de la población.

No obstante, en medio de la oscuridad, se fue tejiendo la fuerza que permitió hacerle frente a los criminales, militares y civiles.

Gente sencilla, mujeres y hombres que no se resignaban al avasallamiento impuesto por el gran capital y el imperio yanki como aval, se fueron organizando desde los partidos que resistían a los golpistas, pero también desde la singularidad, desde el acto corajudo de enfrentarse como individuo al horror dominante.

Como siempre, el arte, fue un avanzado en el acto de la resistencia. Aunque fue más que eso. Fue el creador de los espacios donde nos reconocíamos, donde podíamos hablar sin miedo, donde recobrábamos fuerzas y esperanzas.

Las peñas fueron el espacio de la expresión artística por antonomasia. Ellas fueron el pulmón que oxigenaba al activo político que resistía a los asesinos. Y eso ocurría a lo largo del país, en las grandes ciudades y en los pueblitos de los márgenes del Chile neoliberal que se instalaba a sangre y fuego.

Valparaíso fue emblemático en estas lides. Se sucedieron las peñas y los espacios para la expresión artística: El Brasero, en Playa Ancha; La Calaguala, en El Almendral; El Boliche La Obra, en Pedro Montt, la Peña del Francés, en Esmeralda; y las universidades, por supuesto.

De todas estas experiencias, sin duda, la Peña del Francés fue un referente destacado.  Fue el director del Instituto Chileno-Francés de Cultura, Alain Drouillet, quien abrió el espacio a lo que sería un hito en la resistencia porteña. Y fue Carlos Zamora quien oficiaría como cabeza de este proyecto. Otro connotado, Thelmo Aguilar y su compañera Sarita, serían los encargados de un equipo técnico precario, pero fundamental –como recuerda Carlos Morales.

Por ese escenario pasaron destacados artistas –recalca Morales: Barroco Andino, Gabriela Pizarro, Tilusa, Jorge Yáñez, entre otros. Fue precisamente Yáñez quien bautizó al grupo que se conformó con los solistas que frecuentaban la peña. Latinoesperanza, le llamaron.

Cada sábado, entre mesas adornadas con velas en botellas y ceniceros de concha de locos, entre empanadas y vino caliente, junto a Víctor Sanhueza, el propio Carlos Morales, el Guayo, Jorge Barraza, y tantos otros, Carlos Zamora destacó por su templanza y, sobre todo, por su voz. Y no le bastó su trabajo en la Peña del Francés, estuvo en el colectivo que dio vida a la Peña del Brasero, y luego lo encontramos en la Calaguala, y así, incansable en su quehacer como gestor cultural y músico.

Pasada la dictadura y a propósito de la democracia cartucha que heredamos, Carlos Zamora siguió cantando en favor de la humanidad y los derechos humanos. Lo seguimos viendo en el Valparaíso Eterno y, hacia el final, en el Bolivariano.

Carlos como militante de las Juventudes Comunistas primero, y luego del partido (al que renunciaría a principios de este siglo), fue siempre un aporte a la causa popular, lo que le valió la represión de la dictadura en cárcel y relegación.

No obstante lo anterior, Carlos será recordado por la mayoría de nosotros sobre un escenario, guitarra en mano, con un timbre de voz inconfundible, y una calidad y calidez en sus interpretaciones que ni la dictadura ni el duopolio lograron acallar. Aquello es posible cuando se es coherente con lo que se piensa y se dice, y en su caso, fue a través del canto.

La partida de Carlos Zamora, aunque predecible por una enfermedad arrastrada hace largo tiempo, ha causado un gran impacto, porque Carlos es de esos seres humanos que uno quisiera nunca se muriesen.

Descansa, compañero. Te aseguro que tu voz seguirá resonando entre nosotros.Opinion_RobertoCordova

Categorías:Cultura, Valparaíso

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