[OPINION] Feminización de la vejez: las mujeres viven más y en peores condiciones (Romina Maragaño y Diego Díaz)

Es reconocido que el envejecimiento se constituye como un proceso heterogéneo, continuo, irreversible y cuyo significado varía según el contexto cultural en que se encuentra inmersa la persona mayor. Esta heterogeneidad se puede manifestar a través de variadas dimensiones, siendo una de las más relevantes el género de la persona que envejece. Mujeres y hombres envejecemos de forma diferenciada, por lo mismo concebimos, afrontamos y significamos este proceso de forma distinta, haciéndose sumamente importante conocer la serie de características que llevan a esto, y cómo el enfoque de género es primordial en el entendimiento de la vejez y desarrollo de la gerontología

Como primera característica del envejecimiento a mencionar destaca la longevidad que las mujeres alcanzan, y que en países como el nuestro se manifiestan de tal forma que las mujeres mayores octogenarias duplican la población masculina de la misma edad. Es a este proceso al que llamamos feminización de la vejez.

La segunda característica por mencionar son las particularidades en la historia de vida de las mujeres: desde edades tempranas, a hombre y mujeres se les asignan diferentes representaciones o funciones basados en su sexo, denominados roles de género, los que determinarán las actitudes y conductas de cada uno de ellos en la sociedad, y por ende la trayectoria de vida que sigan. Estos roles de género incluyen una división sexual del trabajo y los espacios, y por consiguiente una división sexual de lo público y lo privado, donde a las mujeres se les asignan responsabilidades hogareñas y a los varones las extradomésticas. Lo lamentable es que esta asignación de roles trae perjuicios económicos a las mujeres, en especial durante su vejez, ya que poseen mayores periodos sin salarios (principalmente por dedicarse a labores de cuidado no remuneradas).

Al conjugar estas dos características, la longevidad y las particularidades en la historia de vida de las mujeres, se manifiesta una realidad: las mujeres viven más y en peores condiciones que los hombres. A pesar de tener una mayor esperanza de vida, las mujeres poseen una menor cantidad de años de buena salud, reflejo tanto de la acumulación de desigualdades, vinculadas a un trabajo no remunerado y a problemas surgidos a lo largo de la historia personal (consecuencia de los roles de género). Un claro ejemplo de estos problemas son la mala nutrición, los embarazos a repetición, los eventuales abortos inseguros, el bajo acceso a atención médica, la violencia multidimensional, los problemas de salud mental y otros, que tienen un alto precio en el transcurso de la vida.

Asimismo, todas las diferencias que se arrastran durante la vida suelen agudizarse durante la vejez, lo que se evidencia principalmente en la salud de las mujeres mayores donde, a pesar de que las patologías que las afectan no difieren significativamente de las de los hombres, sí se diferencian en la frecuencia, tendencias y tipos específicos de dichas enfermedades. Sumado a esto, las mujeres tienen menos acceso a atención en salud debido a los ingresos precarios que reciben o que su trabajo como cuidadoras no ha sido remunerado.

Frente a esta realidad, se hace fundamental preguntar cómo individualmente, la sociedad en conjunto, y el estado, enfrentamos el proceso de feminización de la vejez. En primer lugar, se deben desarrollar políticas públicas de vejez que cuenten con un enfoque de género que propenda a la visibilización de las particularidades del envejecimiento femenino. En segundo lugar, es necesario realizar énfasis en la construcción temprana de la vejez a través de la promoción del envejecimiento positivo y la mejora del acceso oportuno a la salud, teniendo en consideración el contexto qué acompaña al cómo envejecen las mujeres. En el ámbito de la seguridad social, hay que enfatizar en las condiciones de trabajo de las mujeres en el mercado laboral y avanzar hacia el reconocimiento del trabajo no remunerado dentro de los hogares. Finalmente, al llegar a la vejez deberán existir programas qué acompañen de manera psicosocial a mujeres y que promuevan una participación social activa.

Sin una mirada que considere estos hechos, la feminización de la vejez continuará siendo un problema y se seguirá profundizando la desigualdad de género e ignorando el respeto de los derechos humanos de las personas mayores.

Romina Maragaño
Candidata a Diputada por el Distrito 7

Diego Díaz
Gerontólogo

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