Partamos diciendo que las últimas elecciones en el estado federal de Baviera tuvieron un récord histórico de participación. Aquel domingo 14 de octubre el 72,3% del universo electoral se levantaría temprano e iría a las urnas. ¿Quiénes se beneficiarían de esta gran movilización de electores?: el partido de ultra derecha Alternativa para Alemania (AfD) y Los Verdes. Por el contrario, la Unión Social Cristiana de Baviera (la CSU) y el Partido Socialdemócrata de Alemania (el SPD) sufrirían bajas tan severas que se hablaría de pérdidas históricas. La dimensión nacional que asumiría el impacto de estos resultados federales se entiende si enfatizamos que los grandes perdedores en este referéndum son precisamente miembros de la coalición del gobierno de Angela Merkel. ¡Las tendencias se habían impuesto!
Efectivamente, a pesar de los extraordinarios números en todos los importantes índices económicos, ya meses antes de las elecciones (algunos hablan de años) los electores de Baviera habían comenzado a castigar a los principales personeros del gobierno en Berlín. ¡Por favor, consideren lo siguiente! Mientras las encuestas antes del referéndum revelaban, por una parte, que casi el 90% de los electores bávaros estaba contento con el desarrollo económico, daban cuenta, por otro lado, que la Canciller alcanzaba magras cifras de aceptación. Una semana antes de aquel domingo llegaría a tener un mísero 42% de aprobación. Y ciertamente era un número mísero si se apelaba al 73% que había alcanzado Merkel antes de las elecciones de 2013. Por cierto, la situación del actual Ministro del Interior y jefe de la CSU en Baviera, Horst Seehofer, era más frágil aún. Mientras que en la semana anterior a las votaciones de 2013 todavía podía jactarse de tener un 65% de adhesión, ya meses antes a las elecciones del 14 de octubre las encuestas reportaban que no superaba el 30%. Esta verdadera humillación pondría a Seehofer en un estado de tal exacerbación que no halló estrategia mejor que la de atacar abierta y duramente a su jefa, la Canciller. En todo caso, aunque estos antecedentes no explicaban el contexto pre-electoral completo, ellos sí eran representantes de la tendencia dominante. Esto era tan claro que todos, partidarios y opositores, estaban al tanto de que la Unión Social Cristiana de Baviera (CSU) estaría lejos de mantener sus ahora considerados legendarios apoyos del pasado. Y esto tendría una concretización extremadamente violenta: la CSU no lograría conservar la mayoría absoluta. Por último, todos estaban al corriente que el “voto de protesta” (esto se entiende aquí por el voto de alguien que cambia su tienda política transitoriamente) y el aumento en la participación de nuevos votantes anti-establishment también iba a ser muy alto. ¿Por qué, entonces, toda Alemania fue dominada por sentimientos de sorpresa y angustia cuando los resultados electorales confirmaron algo que ya se esperaba? Estrictamente hablando, la verdad es que la fuerte carga emocional tiene su origen en lo abrumador de las cifras, lo cual neutralizó de un golpe cualquier tipo de retórica mitigadora. Expresado de otra manera, lo que realmente asombró y espantó en Baviera fue que las tendencias esperadas no se confirmaron de manera laxa, sino más bien con un talante absolutamente demoledor.
Dos semanas más tarde, el domingo 28 de octubre, ahora en las elecciones del estado federal de Hesse, la nación y el gobierno de Merkel vivirían prácticamente un verdadero Déjà vu. Ese domingo los fuertes vientos se transformaron en un monzón inclemente y violento que azotaba el edificio del poder ejecutivo. En estas condiciones ni el timonel más experto podía mantener el curso original. El lunes siguiente la Canciller daría el primer paso para su salida y, con ello, el relato de transición comenzaba a materializarse.
¡Los números deberían ayudarnos a comprender mejor el nuevo contexto político alemán!
Partamos por Baviera. Con un 37,2% la Unión Social Cristiana (la CSU) alcanzó aquí su segundo peor apoyo electoral desde el nacimiento de la república. Su acostumbrado estatus de mayoría absoluta era borrado sin reparos. Recordemos que por un pacto electoral la Unión Demócrata Cristiana Alemana (la CDU) no compite en Baviera. Por ende, y en pos de la verdad electoral, un voto para la CSU debería entenderse como un voto para la CDU. Sin embargo, esta vez dicha ecuación se mostró como un espejismo, especialmente cuando Seehofer semanas antes de las elecciones radicalizó sus críticas a Merkel en medio del “caso Chemnitz”. Por cierto, el objetivo de esta estrategia aparecía “electoralmente” razonable: evitar la fuga de electores hacia el partido Alternativa para Alemania (AfD). Pero la verdad es que esta decisión fue siempre hija de la desesperación y, por ello, resultó ser a mediano plazo más bien un acto destructivo. La jugada de Seehofer terminó siendo totalmente perjudicial para su partido y enteramente devastador para “su” gobierno del cual era ministro. Pero su dilema era inicuo. Hiciera lo que hiciera perdería un altísimo contingente de electores. Si consideramos que la Unión Social Cristiana (CSU) fue la colectividad que finalmente traspasó la mayor cantidad de sufragios al AfD (cerca de 160 mil votos) deberíamos enjuiciar positivamente la orientación de las posiciones a la derecha. ¿Sin esta derechización de Seehofer habría emigrado, digamos, el doble de electores de la CSU a la extrema derecha? Pero las realidades pos-electorales encargan siempre de revelar cuán acertados o erróneos fueron las suposiciones dominantes. Cuando Seehofer observó que el traspaso al partido de Los Verdes (alrededor de 170 mil votos) había sido mayor, todos sus análisis pre-referéndum comenzaron a tambalear. Peor aún, en el momento que se pudo analizar las transferencias a la luz de los temas que jugaron un rol decisivo en la toma de decisión de los electores bávaros, los pilares argumentativos en los que se habían sustentado sus presupuestos terminaron derrumbándose totalmente. ¿Cuáles habían sido los temas cardinales? Un 52% de los bávaros consideró como determinante para su decisión electoral el tema del mejoramiento del sistema educativo, principalmente una demanda de larga data, y no sólo del momento pre-electoral, de Los Verdes. El 51% decidió su apoyo tomando en consideración los aumentos exorbitantes en la última década de los precios de los inmuebles para arrendar (¡ni hablar de los precios de compra!), también desde hace mucho tiempo un contenido propio de Los Verdes. El 49% orientó su decisión atendiendo su preocupación por las políticas medioambientales. ¿Adivinen? Efectivamente, ¡la! demanda histórica de Los Verdes. Recién un 33% de los ciudadanos inclinó su voto considerando la necesidad de una regulación más estricta de la inmigración. Hoy sólo queda especular qué habría pasado si Horst Seehofer se hubiera concentrado en ofertas como, por ejemplo, proponer una base jurídica para neutralizar el juego especulativo de las empresas habitacionales o si hubiese prometido un aumento significativo del presupuesto para las escuelas y liceos. Pero optó por lo más fácil. Fácil porque eligió, como caballo de batalla, atacar un grupo humano – los nuevos migrantes – sin capacidad propia de reacción política y totalmente débil en la posibilidad de organizarse. En este sentido, es cierto que los migrantes son políticamente muertos que caminan.
A propósito, sobre el 20% de los electores bávaros vieron con malos ojos los ataques de Seehofer a Merkel en la querella surgida por el “caso Chemnitz” semanas antes de las elecciones. La tragedia que se escondía en esta última cifra era que si este grupo pretendió castigar a la CSU por las acciones de su Ministro del Interior (Seehofer) contra la Canciller, unas semanas más tarde el mismo acto significó haber golpeado letalmente a Merkel. Era el precio de las coaliciones forzadas.
Si se desea seguir profundizando en las cifras que arrojó Baviera, hay que advertir que con un 10,2% el AfD entra por primera vez al parlamento bávaro. Con ello se borraba de golpe, y de manera definitiva, el argumento de que la extrema derecha sería un fenómeno propio de las regiones que habían pertenecido a la desaparecida RDA. Después del 14 de octubre sólo en un parlamento federal, el de Hesse, el AfD todavía seguía ausente. Dos semanas más tarde esto cambiaría. Por su parte, Los Verdes alcanzarían en Baviera un histórico 17,6% y con ello se convertían en la segunda fuerza política del estado. A pesar de esta cifra, desde un principio la Unión Social Cristiana (CSU) se negaría a organizar una coalición con ellos. ¡Y en cierto modo es entendible! Analistas están convencidos que Los Verdes son los potenciales herederos a gobernar Baviera – y esto, si las tendencias se mantienen, a un mediano plazo –, gracias a una “traducción” de políticas liberales a un lenguaje con sentido conservador. Así, el elector bávaro medio ha comenzado a percibir como adecuadas y equilibradas las propuestas del partido medioambientalista para sus difíciles relaciones con el mundo moderno. Lo impensable en los 70s es en la actualidad una alternativa real. Una exitosa muestra de esto existe en el estado vecino a Baviera, Baden-Wurtemberg. Aquí la CDU logró gobernar sin interrupción desde 1953 hasta las elecciones de 2011 en las que Winfried Kretschmann, un político de Los Verdes, resultaría ganador y asumiría como presidente del estado federal. Por el momento Baden-Wurtemberg es a nivel federal una experiencia única, un paradigma en la política alemana, pero ha mostrado estabilidad y continuidad. Kretschmann ya fue reelegido y gobierna su segundo periodo con una nueva coalición. Por ende, en ningún caso es exagerado pensar que la Unión Social Cristiana (CSU) no quiere ser sorprendido por el “pragmatismo” de Los Verdes.
A la luz de las equivocadas estrategias en la CSU se podrían haber esperado vientos de renovación. Sin embargo, las críticas y reproches a Seehofer y al propio Presidente del Estado de Baviera, el CSU-Markus Söder, fueron desde un principio manejables. Nadie se atrevió a lanzar la pregunta sobre una reconstitución de la plantilla del personal en la dirigencia. Esto no debería sorprendernos. Después de todo, la Unión Social Cristiana (CSU), a pesar de haber perdido, primero, 10,4% de su electorado, segundo, la mayoría absoluta y, tercero, haber logrado un descenso que no se experimentaba desde las elecciones en 1950, seguía siendo la primera fuerza política en el estado federal. Además, tenía un “socio natural” a la mano (derecha), el partido Votantes Libres (FW, Freie Wähler Bayern), para organizar una coalición de gobierno bastante dócil y manejable. ¡Y así ocurrió! Gracias a esta alianza con los Votantes Libres, desde el 12 de noviembre la Unión Social Cristiana gobierna nuevamente Baviera. Por supuesto todos saben que por el momento es una solución adecuada para la coyuntura actual, pero insostenible a largo plazo. ¿Qué podemos decir aquí sobre los nuevos socios? Los Votantes Libres de Baviera (FW) son en la práctica, como su nombre lo indica, un partido regional por definición. Aunque ya han logrado tener presencia en el parlamento federal bávaro, el 11,6% de apoyo alcanzado esta vez apenas representa un aumento de un 2,6% en relación a las elecciones de 2013. Por último, se trata de un electorado en donde el 68% tiene miedo de que la “cultura alemana” (para ellos sinónimo de “cultura bávara”) poco a poco termine desapareciendo. En esta cifra los supera sólo el AfD.
Pero esta historia de descenso no termina aquí. Otro partido de gobierno que cayó estrepitosamente en Baviera fue la socialdemocracia alemana (SPD). El 9,7% alcanzado representa la peor cifra como partido en la historia de todas las elecciones federales desde el nacimiento de la república en 1949. Su disminución, en relación al sufragio anterior, alcanzó un 10,9%, incluso una baja más alta que la CSU. Si bien es cierto que en las elecciones de Sajonia en 2004 alcanzó también un calamitoso 9,8%, también es innegable que esto se interpretó en aquel momento como un fenómeno de la radicalización propio de los así llamados “nuevos estados”. Efectivamente, la socialdemocracia alemana es hoy en día un partido considerado netamente de centro en aquellos estados federales, demasiado “tibio” para las altas temperaturas que poseen los conflictos sociales en esas regiones. Pero también es incuestionable que las dificultades por las que atraviesa el SPD ya hace tiempo ostentan un carácter nacional. La crisis del partido de los antiguos cancilleres Willy Brandt, Helmut Schmidt y Gerhard Schröder ha calado tan profundamente que no son pocos quienes actualmente hablan del peligro de la desaparición del SPD del mapa político alemán. Hay experiencias que sustentan tales juicios. Al presente, conseguir -por un lado- los dos dígitos en cualquier elección ya no se da por descontado, sino que se ha transformado en algunos casos en una meta tremendamente difícil de alcanzar, algo que en el pasado nunca estuvo en cuestión; por el otro, a pesar de los catastróficos números, muchos piensan actualmente que la colectividad aún no ha tocado fondo. Por esto y otras tragedias que se han enquistado en este partido, el “caso SPD” merece un tratamiento aparte que no podemos desarrollar ahora. En todo caso, baste establecer aquí que el Partido Socialdemócrata de Alemania experimenta actualmente mucho más que una crisis electoral. En esto no se diferencia de sus otros “hermanos” europeos. Mientras la CSU logró conseguir el apoyo de aproximadamente 270 mil nuevos votantes (algo que no le ayudó a frenar su descenso bajo el 40%), la socialdemocracia alemana prácticamente no logró sumar a ningún nuevo elector. ¡El SPD perdió, perdió, perdió y no gano nada! A los ojos de los ciudadanos, desde los años 90s la colectividad política es un partido que ha abandonado en el oscuro sótano del olvido aquellas banderas de lucha que le permitieron alcanzar -a partir de 1957- siempre sobre un 30% de apoyo electoral y sobre el 40% a partir de 1969. La socialdemocracia alemana creyó que el mundo había cambiado. Y en cierto modo sí ha cambiado. Pero aquel contexto constituido por las relaciones humanas que constituye el mundo entendido políticamente se mantiene intacto. Puede ser que la clase media alemana de los fines de los 80s ya no hubiese sido la misma clase trabajadora de los 50s o 60s, y que la del 2015 ya no utilice la misma terminología de la de los 90s. Pero cuando su clientela electoral histórica descubrió que las relaciones asimétricas entre fuerza de trabajo y capital ‒ a pesar de las promesas de éxito del principio de flexibilización y globalización ‒ no sólo se mantenían, sino que también se habían radicalizado, la reacción del partido no llegó. La disociación fue completa. El poder quedó botado en la calle y no lo quisieron recoger. Otros lo harían.
Dicho esto, es innecesario agregar algo más sobre el funesto 9,7% alcanzado por la socialdemocracia alemana en Baviera o resaltar que no lograron movilizar nuevos adherentes. Pero es importante develar el carácter de su asombroso traspaso de votos al resto de las colectividades. En los sufragios de Baviera cerca de 200 mil de sus electores votaron por Los Verdes, 100 mil por la CSU y 70 mil por los Votantes Libres de Baviera. De todos modos, sólo 30 mil de sus antiguos partidarios “cruzaron el Rubicón” y le dieron el voto al partido Alternativa para Alemania. Esto lo ubica muy lejos de las transferencias a la extrema derecha tanto de la Unión Social Cristiana de Bavaria (con alrededor de 160 mil electores) como de los Votantes Libres de Baviera (con alrededor de 60 mil traspasos).
Dos semanas más tarde, el domingo 28 de octubre, ahora en las elecciones del estado federal de Hesse los partidos de gobierno vivirían prácticamente un verdadero Déjà vu. Aquí la Unión Demócrata Cristiana (CDU) descendió a un 27%. Esta cifra revelaba que el partido de Angela Merkel había perdido un 11,3% de sus electores. Es cierto que se mantenía como el partido más fuerte, pero en ningún caso podía presentarse como ganador. De todas maneras, su candidato, el ya dos veces presidente del estado, Volker Bouffier, lograba quedar nuevamente (Bouffier gobierna Hesse desde el 2010) en la posición de poder elegir su socio o socios para constituir un gobierno. Es casi un hecho que antes de navidad se conformará una coalición de gobierno entre la CDU y Los Verdes con Bouffier como presidente. El caso de la Socialdemocracia Alemana volvería a ser dramática en Hesse. Su 19,8% alcanzado significaba que perdía casi un 11% en apoyo electoral. Los socialdemócratas, junto con la democracia cristiana, concentrarían el mayor número de electores que se quedaron en casa y no fueron a sufragar (sobre los 60 mil votantes). Como si el mensaje aún no estuviese claro para la socialdemocracia, el partido volvió a perder, perder, perder y no ganar nada de nadie. El SPD sólo traspasó votos a los otros partidos, incluyendo alrededor de 24 mil votos a la Unión Demócrata Cristiana. Mientras tanto al otro lado de la calle el sol brillaba. Para Los Verdes la misma cifra de la Socialdemocracia, un 19,8%, significaba un aumento de votantes de 8,7%. Un mismo número, dos significados distintos. Y si de nombrar ganadores se trata, el partido Alternativa para Alemania lograría un 13,1%, un aumento de 9%, en relación a las elecciones anteriores. Lo que no había podido conseguir en las elecciones del 2013, ahora la extrema derecha lo lograba con creces. A partir de ese domingo el AfD podía vanagloriarse de estar representado en todos los parlamentos federales de la República Federal de Alemania. De esta manera ‒ como en Baviera ‒ aquí nuevamente Los Verdes y el partido Alternativa para Alemania estarían en la esquina de los triunfadores. La pregunta era nuevamente: ¿gracias a quienes? Al contrario de Baviera, aquí la participación disminuyó a un 67,3% (en 2013 alcanzó un 73,2%) y, por ende, estos partidos no pudieron aprovechar de manera decisiva los votantes que se abstuvieron en las últimas elecciones. De todas maneras, el AfD fue lejos el partido que logró convencer a la mayor cantidad de ciudadanos de no volver a renunciar a su derecho a voto: cerca de 21 mil, en todo caso, más bien insignificante si lo comparamos con los 180 mil electores que sacó de las sombras de la abstención en Baviera. En este sentido, en Hesse, el traspaso de votos explica prácticamente casi todo. El AfD y Los Verdes recibirían determinantes apoyos, justamente de la transferencia de electores de los partidos de gobierno. El partido Alternativa para Alemania conseguiría cautivar a cerca de 96 mil votantes de la tienda electoral de la democracia cristiana alemana y 38 mil electores de la socialdemocracia. Mientras que casi un número muy parecido de votantes democratacristianos – alrededor de 99 mil – decidirían esta vez entregar su voto a Los Verdes, la diferencia la marcaría el desplazamiento desde la socialdemocracia. Alrededor de casi 105 mil electores de esta tienda política le darían el voto al partido medioambientalista.
Interpretado sistémicamente, lo ocurrido en octubre pone en cuestionamiento las políticas de alianzas que históricamente han hegemonizado el sistema alemán. Los “partidos ejes” no parecieran seguir teniendo aquella resiliencia que en el pasado les permitió superar conflictos titánicos. A propósito, mientras que el próximo fin de semana estará claro quién estará a la cabeza de la Unión Demócrata Cristiana Alemana y, con ello, sabremos si Merkel queda bien parada dentro de su partido, el fin de semana subsiguiente los socialdemócratas tienen su cónclave para volver a analizar la pregunta de si se mantienen en la coalición de gobierno. Si es correcto pensar que el partido se juega en los próximos cinco años su sobrevivencia como actor en el sistema político alemán, entonces sería lógico esperar que su decisión sea tomada considerando que su vocación por distinguirse bajo las condiciones actuales ya no aparece como algo seductor, sino que como un imperativo. En cuanto a la Unión Demócrata Cristiana está por verse si logra detener su descenso con el cambio de personal en las elecciones internas del próximo fin de semana o, sencillamente, se termina profundizando. Todo esto representa para muchos alemanes un cuadro histórico que repetiría el elemento central que causó el quiebre de la República de Weimar: la inhabilidad de las diferentes corrientes de izquierda democráticas a ofrecer una alianza estable y, con ello, una alternativa de gobierno; y la incapacidad de las tendencias de derecha a conformar una opción conservadora pero no reaccionaria y antidemocrática. ¿Exagerado exponer un juicio de este tipo? Quizás para nosotros. Pero para muchos alemanes se trata de una experiencia histórica viva cuyos elementos se muestran nuevamente, los cuales sencillamente podrían estar esperando el momento adecuado para cristalizar. Quizás esto explica que en Alemania la conmemoración del centenario del fin de la Primera Guerra Mundial (11 noviembre de 1918) haya pasado casi inadvertida, mientras que el aniversario 70° de la Declaración Mundial de los Derechos Humanos (10 diciembre de 1948) está siendo tematizado desde ya hace un mes en los medios de comunicación. Como quiera que sea, la mayoría de los observadores profesionales aceptan y postulan que efectivamente todo este desarrollo está asociado a un radical quiebre del modo de hacer política ‒ no del orden político ‒ que constituyó la estabilidad de la república desde su fundación (1949). Dicho de manera menos fatalista: con las tendencias que se observan desde hace por lo menos un lustro, coronadas con las experiencias acumuladas en estas dos últimas elecciones es, en primer lugar, el relevo entre los partidos de La Unión y la socialdemocracia alemana, que ha caracterizado la historia política del país, lo que se muestra como imposible de sostenerse en el futuro. Y, segundo, la Gran Coalición (esta alianza entre CDU-CSU y SPD), en el pasado un exitoso “último recurso” de estabilidad de la política alemana, parece ser hoy passé.
La orden del día de Angela Merkel: ¡a intentar ganar todo el tiempo posible!
Ya el domingo por la noche de aquel 28 de octubre había asomado un “sentimiento de quiebre” el cual comenzaría a dominar rápidamente las calles. Paralelamente una avalancha de duras observaciones sobre un gigantesco desgaste de la Canciller había arrasado todo llamado a la mesura entes que el día terminara. Los comentaristas profesionales cumplían con su deber crítico. Pero lo que verdaderamente incitó a la Canciller a aparecer al día siguiente frente a los periodistas no fueron los hechos como tales, sino haber entendido de golpe que ellos representaban claramente un carácter de no retorno. La dimensión imperativa que subyugaba la situación quedó resumida con la frase: ¡Llegó el momento en que Merkel se vaya! Y los que chillaron se hicieron sentir en toda Alemania. No fue algo orquestado por algún político determinado de la oposición. De hecho, el grito se escuchó con mayor fuerza en los propios partidos de gobierno. En cosa de horas la Canciller demostraría explícitamente haber reconocido la violenta pérdida de apoyo político dentro de su coalición. Como el proceso asumía una velocidad vertiginosa, había que hacer algo para precisamente ganar tiempo y, así, intentar conducirlo. Al lunes siguiente, inmediatamente después de las elecciones en Hesse, Merkel anuncia no postular en diciembre de este año a las elecciones internas para presidir su partido y confirmó que no volverá a postular en 2021 para un nuevo periodo de gobierno. Cabe indicar que esto último ya lo había deslizado sin generar mayores sobresaltos, ahora el mismo anuncio asumía una alta carga dramática congruente sólo con el complejo momento. Con esta declaración pareció que Angela Merkel dejaba estallar una bomba, pero eso no es lo que realmente ocurrió. Más aún si ponemos atención a las palabras y performance escogidas, lo que realmente comunicó la Canciller fue que la era Merkel terminaba. Ni más, ni menos. Y esto era su respuesta a las propuestas interpretativas que en cosa de horas comenzaros a circular y que hablaban de un quiebre radical (a la del año 1933) o un quiebre propio del desarrollo democrático (por ejemplo, a la Willy Brandt en 1969 como el primer Canciller socialdemócrata). Ella misma se encargaba de reforzar el sistema político al asumir la responsabilidad que exige el respeto al principio cardinal que sustenta la democracia parlamentaria alemana: sin el apoyo y confianza política de una mayoría en el parlamento no se puede seguir gobernando. Ese lunes, comenzaba Merkel a organizar su salida.
En un primer momento, el anuncio podría haber tenido un hedor a “canje político” bajo el concepto: les entrego la presidencia del partido y me dejan gobernar hasta el final. Merkel, si es que en algún minuto pensó así, entendió rápidamente que con semejante trueque aniquilaba una máxima que ella misma siempre había defendido: la pérdida de la presidencia del partido es el fin del cargo de Canciller. Pero dio el paso, sabiendo que caía en una manifiesta contradicción. ¿Por qué lo hizo entonces? En términos generales, la proclamación del fin de un ciclo contiene, positivamente expuesto, un llamado a todos los actores políticos a prepararse y, en cierto modo, a participar en la constitución del comienzo de la nueva etapa. Después de todo Angela Merkel ha presidido la Unión Demócrata Cristiana Alemana (CDU) desde el 2000 y Alemania desde el 2005. Hasta estos momentos sólo Konrad Adenauer (1949-1963) y Helmut Kohl (1982-1998) la superan en tiempo como Canciller. A propósito, ambos traspasos de poder de estos dos íconos de la política alemana fueron quizás no dramáticos, pero sí con falta de grandeza y marcados por escándalos alrededor de quien se iba. Adenauer no sólo hizo saber públicamente su verdadero aborrecimiento por Ludwig Erhard (Canciller entre 1963 y 1966), ni más ni menos que considerado como el padre del milagro económico alemán, sino que también organizó verdaderas intrigas contra su candidatura. El caso de Helmut Kohl es más cercano a nosotros. El Canciller de la Reunificación Alemana y uno de los padres de la Unión Europea dejó a su partido inserto en una grave crisis por el descubrimiento -en 1999- de aportes ilegales a su colectividad realizados durante décadas. A la Unión Demócrata Cristiana Alemana le costaría dos gobiernos socialdemócratas para recuperarse.
Merkel sabe que su grandeza política, actualmente indiscutible, podría verse empañada si permite que “su” transición adquiera rasgos traumáticos o deja tras de sí una tierra devastada e infértil. Ya no se concentra en ningún caso en la pregunta de si terminará su mandato, sino más bien, cuándo y cómo renunciará a él. El enigma consiste en elegir el preciso momento en el lapso de tiempo que posee ‒ o cree poseer ‒ para irse, sin dejar heridos ni al partido ni a la república. Evidentemente, sobre la otra pregunta de ¿cuánto tiempo tiene?, las especulaciones han aumentado en la medida que pasa el tiempo. Unos pronostican que dejaría el poder en mayo de 2019, después de las elecciones de diputados a realizarse en toda Alemania para el Parlamento Europeo. Otros señalan que se iría a principios de septiembre del 2019, después de las elecciones en el estado Federal de Sajonia. Efectivamente, en aquel estado federal donde el partido de extrema derecha AfD es ya primera fuerza política y que no gobierna sólo gracias a las características de la arquitectura del sistema electoral. Más aún, se trata también del mismo estado donde se ubica Chemnitz, la ciudad donde se dio inicio a la cacería de la Canciller aprovechando el contexto de las protestas de grupos de extrema derecha en las calles del centro de la ciudad. Por último, otros creen que el momento de salida de Merkel sería a fines de octubre de 2019, después de las elecciones de Turingia. ¿Característica política excepcional de este estado ubicado en el centro del país? Aquí, por primera vez, un estado federal alemán es gobernado, y esto desde el 2014, por una coalición Socialdemocracia-La Izquierda-Los Verdes con un presidente perteneciente al partido de La Izquierda, Bodo Ramelow. Actualmente, un modelo de coalición que muchos se podrían imaginar para el gobierno central en Berlín.
Por lo pronto, a menos que no acurra un acontecimiento excepcional – nacional o internacional – donde se plantee una exigencia de continuidad, todas estas predicciones – y otras que no vale la pena aquí nombrar – coinciden en la idea que Ángela Merkel no terminará su periodo de gobierno (2021). Sin embargo, estos vaticinios se mantendrán en carrera siempre y cuando Ángela Merkel sobreviva las elecciones internas de la CDU este 7-8 de diciembre en Hamburgo. ¡Y esto no es seguro! Para dudar en su esperanza de vida política más allá de este mes, sólo basta saber quiénes son los tres candidatos con reales posibilidades de ser elegidos presidente de su partido.
Todos los que han tenido la suerte o mala suerte de haber estado un par de minutos en los pasillos del poder, se suelen percatar que vivir en esas alturas es casi imposible si no se está preparado a golpear la mesa o, por lo menos, dar un par de codazos. Con casi tres décadas (en 1991 fue nombrada por Helmut Kohl Ministra para las Mujeres y la Juventud) de experiencias directas con “animales alfa” era imposible que Merkel no acumulara “cadáveres políticos” en el sótano; principalmente de aquellos que la consideraron, como Kohl se afanaba en decirle, “mi chica”. Y uno de estos cadáveres fue Friedrich Merz, el mismo que ahora ha vuelto a la política para postular a las elecciones internas del partido el próximo fin de semana. ¿Quién es Friedrich Merz? Un abogado del mundo de las finanzas, neoliberal por casualidad y conservador por lealtad a su grupo. Su carrera política era brillante y tendía claramente a ser uno de los futuros cancilleres de Alemania después de la era Kohl. Fue miembro del Parlamento Europeo y después del Parlamento Alemán, donde sería primero, el vicepresidente y, después, el presidente de la fracción de los partidos de la Unión (CSU/CDU), entre 1998 y el 2000. En este mismo periodo su actual aliado, Wolfgang Schäuble, era quien presidía el partido. En esa posición, Schäuble también aparecía como un heredero de Kohl. Ambos “hombres fuertes” del partido serían desplazados por “la niña” (así la nombraban también los miembros del círculo al que pertenecían) Ángela Merkel. Hay que recordar que Merkel llegó a la presidencia de la democracia cristiana alemana durante la crisis que comenzó a azotar al partido desde noviembre de 1999 por el escándalo, ya aquí mencionado, que surgió por el descubrimiento de donaciones ilegales por parte de industrias alemanas, incluyendo las dedicadas a la producción de armamentos. Al final se descubrió que se trataba de un sistema constituido por varias cuentas secretas y al margen de la ley de las cuales Helmut Kohl se había servido para lograr sus objetivos políticos desde los años setenta. Pues bien, en aquel noviembre de 1999, Merkel fue la única que no aparecía salpicada por el escándalo y fue la primera que rápidamente se distanció de Kohl, de aquel quien siempre la consideró débil e ingenua. Continuamente se sigue especulando si “la niña” se movió por instinto o cálculo político. Como quiera que haya sido, al ser la única inocente indiscutible entre los regentes del partido, los “hombres fuertes” la vieron como la única cara presentable de la colectividad. Esto explica que alguien que representaba todo aquello que el perfil típico del círculo de Merz-Schäuble hasta el día de hoy odia (mujer, sin hijos, protestante, científica, venida de la antigua RDA y sin una fuerte red dentro del partido), se haya podido imponer. La “solución” fue siempre pensada como algo provisional, sólo mientras el escándalo de las donaciones ilegales siguiera generando sombras sobre los miembros del establishment. Fue en este contexto sombrío para el partido en el que Ángela Merkel sería elegida el 10 de abril de 2000, con 897 de los 935 votos válidos, como la primera Presidenta Federal de la Unión Demócrata Cristiana Alemana (CDU). Ese año, a fines de septiembre, pasó a convertirse en líder de la oposición en el parlamento alemán al segundo gobierno socialdemócrata-verde de Gerhard Schröder. ¿Adivinen a quién desplazó? A un molesto y crítico Friedrich Merz, tan molesto que pronto abandonaría la política. En las siguientes elecciones para la presidencia de su colectividad, Merkel ya demostraba tener en su bolsillo al partido. Fue reelegida con el 93,6% de las preferencias. Wolfgang Schäuble se daba cuenta de su error de cálculo. Años más tarde, el propio Horst Seehofer no se cansaría de advertir del “método Merkel” cuando señaló que quien comience el juego subestimándola, simplemente ya perdió.
Con lo planteado, no es difícil imaginarse que si Friedrich Merz gana las elecciones internas este 7-8 de diciembre en Hamburgo, no sólo él, sino también su soporte principal en el partido, el grupo encabezado por Wolfgang Schäuble, intentarán cobrar viejas cuentas. Así, con un representante de sus antiguos enemigos políticos en la presidencia del partido, la fase de transición para la Canciller se reduce al mínimo. Ángela Merkel no estará dispuesta a vivir humillaciones frente a toda la nación. Sin embargo, Merz arrastra un inconveniente. Su problema no es quién es, sino de donde viene. Gran parte de las bases del partido desconfían de él, primero, porque viene del mundo del lobby financiero y, segundo, porque es un “re-aparecido”. Para su círculo esto es una ventaja y una virtud. Merz sabe a quién debe hablarle. Las señales para el ala derecha del partido han sido sistemáticas y sintomáticas. Incluso la semana pasada, en un acto de campaña, no escatimó en plantear una revisión del artículo 16a de la Ley Fundamental de la República Federal de Alemania que establece el derecho de asilo. Pasadas un par de horas ya ardía Troya y, rápidamente, tuvo que retractarse. Pero sería inocente interpretar que esto fue un exabrupto producto del entusiasmo mostrado por la audiencia. Lo curioso es que un conservador-liberal como Merz a la cabeza del partido significaría un cambio tectónico en el orden político alemán en todos los sentidos: primero, significaría una derechización de la Unión Demócrata Cristiana Alemana (CDU); segundo, y por lo mismo, potencialmente se frenaría el avance del partido Alternativa para Alemania, como la misma dirigencia de esta colectividad ya lo planteó, y podrían quedar confinados a moverse por un largo tiempo alrededor de un 10%; y, tercero, y también por lo mismo, Merz podría resultar ser un salvavidas para la socialdemocracia alemana.
La segunda persona que posee serias posibilidades de ganar la presidencia es Annegret Kramp-Karrenbauer a quien, por la dificultad que provoca su nombre, incluso para los propios alemanes, se la ha pasado a llamar “A-K-K”. Ya a los 19 años ingresó al partido y desde ese momento ha tenido una carrera política extraordinaria. Fue la primera mujer, a partir de mayo de 2011, en presidir el partido en su estado federal, el Sarre, y la primera mujer en gobernar este estado federal entre 2011 y 2018. Por el llamado de la propia Canciller dejó la presidencia el 28 de febrero de este año para asumir en el partido el cargo de Secretaria General de la Unión Demócrata Cristiana (CDU). Un detalle político: lo logró con el 98,87% de los sufragios. Un detalle personal: al dejar su cargo renunció a su derecho a recibir un sueldo por dos años que como expresidenta del estado federal del Sarre le correspondía.
En ningún caso es un secreto que ella es “la delfín” de Ángela Merkel. Ambas comprenden que tienen una única chance de cerrar el círculo. En un principio, el objetivo central de sacar a Kramp-Karrenbauer del Sarre y apoyarla como Secretaria General fue para que, ¡con tiempo!, pudiese conocer las estructuras de poder del partido y lograse organizar sus redes internas para la futura elección de presidente del partido. Pero ahora ambas mujeres no tienen justamente eso, tiempo. Y se notó, especialmente cuando tuvo que hacer pública y rápidamente su postulación, casi inmediatamente después del anuncio de Merkel. Ahora se ha más que estabilizado, y a una semana del referéndum, según las encuestas, es la que lleva la delantera en esta carrera electoral. El que Kramp-Karrenbauer se posicione este 7-8 de diciembre en Hamburgo como presidenta del partido, significa para Merkel tener más tiempo para su salida como Canciller. En todo caso, se ve imposible que el triunfo de su “delfín” le dé suficiente oxígeno para terminar su mandato en 2021. Ambas mujeres saben que más temprano que tarde A-K-K, si llega a ser presidenta del partido, tendrá que independizarse de Merkel, si es que quiere seguir la carrera hacia las futuras elecciones de Canciller. En todo caso, Merkel podría tener una salida más digna, si dignidad es un valor en política, con Kramp-Karrenbauer como presidenta del partido.
De los tres nombres que se han señalado como los poseedores de verdaderas opciones a asumir la presidencia del partido, el más débil es el hoy Ministro de Salud en el actual gabinete de Angela Merkel, Jens Spahn. Digámoslo inmediatamente: ¡un abierto crítico de la Canciller! Ya en 2015 se sirvió de la coyuntura para atacar el manejo de la crisis migratoria de Merkel. Llegó a acuñar el término “interrupción del Estado” como resultado de dicha política. Es un declarado homosexual, católico, casado desde diciembre de 2017 con el periodista Daniel Funke y un crítico de la así llamada “islamización de Alemania”. Nacido en mayo de 1980, es el candidato más joven de los tres postulantes a presidir la Unión Demócrata Cristiana (CDU). Ya con 22 años fue elegido diputado del Parlamento Alemán. Su juventud le permite mostrarse lejos de los conflictos de la generación Merkel‒Merz‒Schäuble y presentarse como el futuro del partido. Pero esta ventaja objetiva aparece hoy como un inconveniente expresado con el lema: es demasiado pronto para ti, pero sí más tarde. Y hay algo de cierto en este juicio, si recordamos algunos de sus desgraciados e hirientes comentarios. Y para ello no es necesario escarbar en un pasado profundo. En marzo de 2018, crítico a los que apoyaban el derecho de información pública para iniciar un aborto y demandaban una reforma del discutido parágrafo 219a del Código Penal Alemán, señalando que tenían más empatía por la vida de los animales que de un ser humano aún no nacido. En el mismo mes manifestó que las organizaciones dedicadas a repartir comestibles en Alemania se justificaban sólo para evitar botar alimentos y no por la existencia de pobreza. Para él, el programa Hartz IV, la prestación que se les entrega a los cesantes permanentes, cumplía con creces el objetivo de atacar la pobreza. Spahn olvidó que a partir de un nivel la pobreza es un fenómeno humano “relacional”, es decir, ella siempre se experimenta en relación a los otros seres humanos. En este sentido, Alemania muestra una sociedad con una extraordinaria riqueza y, a su vez, una pobreza que también le pertenece. Como quiera que sea, en una carta firmada por 200 mil personas el Ministro de Salud fue invitado a vivir durante un mes bajo las condiciones monetarias de Hartz IV. Spahn rechazó la invitación.
Pero volvamos a concentrarnos en la Canciller. Al revisar los hitos de sus gobiernos éstos revelan que Ángela Merkel tiene acostumbrado a los alemanes a las sorpresas. No es que haya tenido a la república en sobresaltos constantes, pero sí se le conoce abundantes giros de timón. Entre estos destacan su notificación relámpago en junio de 2011, mientras la humareda no cesaba de salir de la central nuclear de Fukushima, de un nuevo cambio en la ley para regular el cierre en fases de todas las centrales nucleares en Alemania. El año elegido de cierre total: 2022. Un tiempo récord para un ámbito como éste. Otro momento fulminante fue su repentino anunció en la entrevista para la revista Brigitte, publicada el 26 de junio de 2017, donde en medio de la discusión parlamentaria de una ley sobre el matrimonio homosexual declara estar de acuerdo que se vote en libertad de conciencia y no se acuda a la disciplina partidaria. Nuevamente Merkel dejaba a todos asombrados. La ley se aprobaría en tiempo récord gracias a la libertad de decisión que obtuvieron de su partido, especialmente, los parlamentarios democratacristianos. Otro momento que describe estas decisiones súbitas es su ya histórico “Wir schaffen das” (Podemos lograrlo), en medio de la así llamada “crisis de refugiados”, en agosto de 2015. Detrás de esta retórica hubo acción. Merkel se decide por dejar ingresar a miles de refugiados a Alemania. La historia es conocida. Los Estados de la Unión Europea no la siguen, como ella esperaba, y los estados federales de Alemania, quienes asumen casi toda la carga, no tardaron en cuestionarla. Al poco tiempo se comenzó a desintegrar aquella “cultura de la bienvenida” que Merkel les había pedido cultivar a los alemanes. Es en ese momento en el que la Canciller nos sorprendió nuevamente, cuando dejó hablar a “la persona Ángela Merkel”. Diría con total tranquilidad y sin titubear que si hay un país en donde alguien debe pedir disculpas por querer ayudar a los necesitados, a ella no le gustaría vivir en ese país (por favor, confieso que aquí la estoy parafraseando, pero rescato totalmente el sentido de lo dicho). Ejemplos de este tipo, que políticamente casi alucinan, hay muchos desde que Merkel en 2005 llegó a ser la primera mujer Canciller de Alemania. A propósito, se olvida que este hecho ‒ una mujer como Canciller ‒ dejó a muchos alemanes sencillamente desconcertados. En este sentido, por lo expuesto, uno tiende a aventurarse a afirmar que Merkel nos volverá a sorprender y su despida la oficialice en un momento en el que nadie lo espere. Ella es así.
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