[OPINION] Observaciones en la Plaza de la Revuelta: Nihilismo y utopía (por Adolfo Estrella)

Un día cualquiera en la «zona cero», la Plaza de la Dignidad, después de los desfiles, las marchas, es un espacio que se ocupa, que se habita. ¿Para qué se ocupa? Para dignificarla, para vivirla.

Rodrigo Karmy señala que las revueltas son una detención del tiempo histórico. Desde nuestro punto de vista, por el contrario, las revueltas son, a la vez, causa y efecto de un aumento imprevisto y exponencial de las velocidades sociales y psicológicas, sumadas a una contracción o condensación del espacio. Expresan una aceleración del tiempo o, más bien, la aceleración de sucesos concatenados dentro de un determinado tiempo y de un determinado espacio. Tiempos y espacios de una igualdad reclamada a partir de un acontecimiento fragmentado en infinitos micro acontecimientos, algunos visibles y otros invisibles. La plaza ocupada es uno de los nodos de ese sistema de acontecimientos.

Aceleración. En las revueltas, la parsimonia de la vida “normal” es sustituida por el vértigo de voces, cuerpos, palabras, discursos, emociones, sensibilidades… en cadenas inéditas de acciones y retroacciones, conjunciones, acoplamientos y ensamblajes, a velocidades y cadencias hasta ese momento desconocidas. Se abren nuevos canales de comunicación, los desconocidos hablan entre sí, las diferencias y las similitudes, las igualdades y las desigualdades toman contacto. El sistema produce más información que la que cualquier código pueda estabilizar y cualquier observador pueda interpretar. El sentido se escapa por todas partes. Nadie sabe nada, aunque muchos aparentan saberlo.

Condensación. Determinados lugares concentran la energía social. Se convierten en zonas ocupadas, liberadas, apropiadas por los cualquiera, los anónimos de las revueltas. Por imitación, esos lugares pueden replicarse en otros territorios. En algunos lugares, ocupar significa habitar: en Madrid, en la Puerta del Sol se construyó una ciudadela bajo toldos de plásticos y cartones. En esos lugares re-significados se construyen nuevas normas. No hay anomía, son, simplemente, otras “nomias” que los ojos del Poder no pueden o no gustan descubrir. En la Plaza de la Dignidad, dice Jaime Collyer, “la anomia sugiere, en un sentido clásico, la renuencia a acatar las normas e instituciones vigentes, el rechazo de los emblemas patrios, etc. Es una condición intrínsecamente definida desde la normatividad dominante: lo anómico es el comportamiento de los que se cabrearon de ser pisoteados, no la anomia estructural del sistema que los pisotea y nos saquea a todos hasta la jubilación”

Sujetos impuros. Las revueltas son parte de los procesos de cambio social. Uno de los pocos recursos que los pisoteados de siempre tienen a su disposición cuando las condiciones de vida resultan aún más intolerables. Desde hace unas décadas, después del fracaso de los socialismos estatales y autoritarios, y el comienzo del reinado neoliberal, se han sucedido ciclos de revueltas que son la expresión de levantamientos populares contra los ataques del capital. Nos hallamos en tiempos de revueltas. Con medios, objetivos y éxitos disímiles, esas revueltas dispersas sin estructuras duraderas “recuerdan a los primeros levantamientos obreros del siglo XIX,” dice Badiou. Las revueltas siempre son impuras, protagonizadas por sujetos impuros, asociados generalmente a las “clases peligrosas”. Estos sujetos impuros, continúa Badiou, transforman la revuelta latente, contenida, agazapada en los confines de las servidumbres cotidianas, en “revueltas inmediatas”, a partir de una chispa que incendia la pradera y el bosque de las tolerancias. Si tienen capacidad de duración, de ampliación territorial, social, generacional etc. y de provocar imitación, exceden el “alboroto nihilista” de los primeros momentos y se transforman en “revueltas históricas”, como la chilena.

Ocupación. ¿Cuáles son las ocupaciones de los ocupantes de la Plaza, de los desconocidos, de los cualquiera, con o sin capucha? Gritar, cantar, insultar, blasfemar, conversar, mirar, pensar, tirar piedras, ayudar, vender, temer, odiar, amar, correr, socorrer, vivir.

Heterogeneidad y simultaneidad. Grupos y subgrupos coexisten y realizan sus actividades propias: algunos se enfrentan a las FFEE, otros saltan y bailan. Otros observan. Otros venden pañoletas, punteros laser y otros instrumentos y símbolos de la revuelta. Otras, sopaipilllas. Una heterogeneidad actuante y caótica y des-ordenada desde fuera, pero dis-ordenada desde adentro. Nihilismos y utopías coexisten sin interferirse, tragando los mismos gases.

Ritual y división del trabajo. “Cabros, una gambita; voy a estar luchando por ustedes toda la tarde” grita alguien que a continuación desaparece entre el humo y las aguas inmundas del “guanaco”. Más de un mes de Plaza y se produce una división funcional del trabajo. La mayoría lleva muchos días ahí, han corrido, temido y llorado por los gases. Algunos han tirado muchas piedras. Otros van recolectando bolsas, bajan a las ruinas de la estación, recogen piedras, llenan las bolsas y las lleven a los que están en la “primera línea” de la batalla. Otros y otras simplemente bailan y cantan alejados unos metros de la primera línea.

Resistencia. La Plaza es una zona de resistencia a la vez concreta y difusa. La resistencia directa: contra los pacos, enemigo inmediato, cruel, primitivo y siempre impune. Pero hay una resistencia, una defensa mediata de una pertenencia. Se defiende una identidad actuante, actual: un deseo no un programa. Jamás una revuelta ha querido ni ha podido elaborar un programa. Ni el nihilismo ni la utopía lo necesitan.

Solidaridad. Desde un automóvil se abre el maletero y se comienza a repartir almuerzos en recipientes de plástico. Hay un herido. Los voluntarios socorristas recogen sus escudos y corren hacia la primera línea. Bicarbonato, sangre, vendajes. Apoyo mutuo.

Estética. La Plaza está sucia, está fea. Huele a madera y a plástico quemado, a lacrimógena, a orines. Pero está bella porque está coloreada de ética.

Órdenes, des-órdenes y dis-órdenes. Se impugna el orden a través de un desorden de superficie. Pero bajo él laten otros dis-órdenes. Bajo el desorden, órdenes diferentes con su propia lógica y objetivos. La lógica de la identidad, la lógica de la colaboración, la lógica de la rabia, por ejemplo.

¿Cómo se mide el éxito de una revuelta? Las revueltas no son revoluciones. No se plantean necesariamente la toma del poder, la captura del Estado. Son potencia, no poder. Generalmente no tienen ni los recursos, ni los liderazgos, ni la voluntad de hacerlo. La revuelta chilena ha sido muy distinta, mucho, a las anteriores revueltas estudiantiles, gremiales y corporativas. La de ahora es masiva, destituyente, acéfala, osada, impertinente, totalizante, común. No tiene nada que ver con el espacio de política tradicional, pero es política por convicción y deseo. De ella surgirá lo que tenga que surgir. Dejará huellas. Confiemos en que su potencia reordene y dignifique los vínculos pisoteados por los de siempre.

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