Así como un oso polar que aúlla en el Ártico o las abejas que no encuentran flores, los pausados, nobles, seguros, humildes, silenciosos y limpios troles desaparecerán en Valparaíso.
Una muerte anunciada que nadie ha solucionado, una ciudad que no le permitió extender su recorrido por Pedro Montt (así de simple), distintos gobiernos comunales y regionales indolentes y pasivos, un Congreso que no congrega a los que están afuera del congreso, ministro(a)s de Transportes que se han convertido en verdaderos cazadores de este animal verde, bello, histórico, el símbolo más querido -por ser el que más los interpreta- en el corazón humilde de los porteños.
Mientras el mundo científico alerta del cambio climático y la tecnología de la electromovilidad está a la vuelta de la esquina (¿quizás ahí está el gato encerrado de este asunto?), Valparaíso -la Edad Media en el Siglo XXI- es botín de los cazadores furtivos.
Categorías:Opinión, Valparaíso