[OPINION] El fin de los datos oficiales y el dato-espectáculo (por Adolfo Estrella)

how-big-data-and-artificial-intelligence-can-help-against-covid-19El neoliberalismo tiene muchos rostros, pero, en particular, ha mostrado siempre una compulsión por mercantilizar todos los ámbitos de la vida social y ahora manifiesta una similar voracidad por digitalizar también todos los vínculos sociales. Ambos procesos van de la mano. Vivimos ahora la intensificación de la mercantilización y la digitalización universal. Se digitaliza para mercantilizar y se mercantiliza para digitalizar.

Mercantilizar es introducir la lógica del valor de cambio en cualquier objeto, natural o artificial, y en cualquier sujeto, individual o colectivo. Digitalizar es abstraer, separar y modelizar alguna dimensión de la realidad para, a continuación, construir una simulación, codificada en lenguaje informático, de dicha dimensión.

La pandemia en curso está suponiendo la aceleración de estos y otros procesos de control social. Basta ver la euforia con que se celebran la intensificación del teletrabajo, de la teleeducación, de la telemedicina etc. es decir, formas de vínculos sociales a distancia. “El mundo va ser más digital -dice el director del Centro de Seguridad de la ACTI (Asociación Chilena de Empresas Tecnología de la Información)- y se va a requerir más ciberseguridad y es bueno que todos lo aceptemos lo antes posible. La realidad en el futuro va a ser digital y la seguridad tiene un rol muy importante”.

El presidente de la misma entidad concreta aún más y afirma que “debemos tomarnos muy en serio la transformación digital del Estado y de las empresas mismas” y advierte (¿o amenaza?) que “quienes no se digitalicen sufrirán un alto impacto en su negocio. En el tiempo que viene se va a incrementar el trabajo remoto, la tele medicina, la teleeducación, el e-commerce, los e-services. Y todo esto impactará en un nueva sociedad más local y menos global físicamente. Una nueva normalidad a la que habrá que acomodarse.” A confesión de parte relevo de pruebas. Ingresamos al paroxismo del discurso cibernético.

La jauría comienza a salivar. Un inmenso mercado se abre ante su mirada lucrativa y controladora. La cibersociedad, ciberconectada y cibersegura, ya esbozada en décadas anteriores, comienza a mostrar sus contornos más definidos gracias a este experimento social a gran escala que es la pandemia. En Chile, el Estado, por desposesión y shock, durante la dictadura y más allá de ella, regaló empresas públicas para la constitución del neoliberalismo puro en el mundo. Ahora el Estado regala a las empresas del capitalismo local y global, también por el mismo procedimiento de shock, una gran población de estudiantes, trabajadores, hombres, mujeres, niños y adultos, ciudadanos y consumidores en general, confinados en sus casas y asustados, es decir, un mercado potencial de conectados, derrotado y cautivo.

La intensificación de las conexiones digitales aumentará la producción de información, o más bien, las conexiones digitales están diseñadas precisamente para producir información. Nuestro paso por las redes, a medida que seamos usuarios más intensivos y extensivos de los servicios digitales dejará huellas legibles por los miles de dispositivos de captura existentes y entregados a continuación a los nodos de procesamiento e interpretación.

Entramos de lleno en la exuberancia del dato, en un capitalismo de cacería informacional impúdico y desembozado que es capaz de producir, privadamente, información con mayor velocidad y detalle que los lentos y toscos instrumentos de recolección estatal. Recordemos que la estadística, como “aritmética política” nace con el Estado. Este Estado, inventó los censos para fotografiar a las poblaciones nacionales y diseñar sus políticas públicas.

En el primer gobierno de Piñera se entregaron datos “estimados” del censo de 2012, dentro de un proceso lleno de irregularidades. En agosto de 2013 INE, señaló que “los datos generados no cumplían con los estándares para que el operativo haya sido denominado censo” y que “la medición no podía ser herramienta para la elaboración de políticas públicas. Esto probablemente marca el principio del fin de las mediciones estatales poblacionales, legitimadas y creíbles.

El “registro de la población” por supuesto que se sigue haciendo, es la condición del poder estatal, pero ahora los insumos informacionales provienen de producciones generadas por empresas privadas que tienen capacidad de captura, registro y procesamiento de grandes volúmenes de información denominados macro datos vendidos al gobierno. Este tiene su propio catastro informacional, por ejemplo, el proveniente de las geolocalizaciones de los infectados por el virus, pero no es ni público en su origen ni en su difusión.

El “dato oficial”, producido por el Estado, pierde valor y legitimidad. Con la pandemia la crisis de los datos oficiales alcanza el grado de caricatura trágica. Los números pierden valor probatorio público. ¿Quién lleva el registro oficial de los muertos por coronavirus? ¿El Registro Civil? ¿El Ministerio de Salud? ¿El INE? ¿Cuántos muertos hay realmente?  ¿Cuántos contagiados? ¿Los asintomáticos se consideran contagiados? ¿Cuántas camas de hospital? ¿Cuántos respiradores? ¿Cuándo se aplana la curva?  ¿Cuál es la meseta? ¿Qué es la normalidad? ¿Cuánto es el setenta por ciento del cuarenta por ciento?

No se trata sólo de conflictos de interpretación de los datos sino de la realidad y “verdad” de los propios datos o de los números como constatación de la realidad. Un baile de cifras que se produce con total impunidad. Aparece, entonces, una diferencia entre el dato oficial, secreto, comprado en los oscuros mercados de los macro datos y el dato oficial, público, comunicado en las rituales puestas en escena de los “puntos de prensa”. Datos-espectáculo, circenses, ofrecidos por prestidigitadores, por payasos.

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