Ha pasado ya más de un mes desde que una persona fuera acuchillada presumiblemente por refugiados ‒un iraní (al parecer, pues sus papeles resultaron ser falsos) y un sirio‒ en la ciudad de Chemnitz. Un tercer sospechoso, también extranjero (iraquí), sería buscado por la policía. Y a pesar del tiempo que ha transcurrido, la opinión pública no tiene aún completa claridad sobre cómo se llegó verdaderamente al lamentable desenlace y menos de qué realmente se acusa a cada uno de los inmigrantes detenidos. ¿Autor del hecho, cómplice, testigo? Lo único claro es que en la madrugada del domingo 26 de agosto, en el contexto de una fiesta organizada por la municipalidad, un ciudadano alemán de 35 años fue asesinado de cinco puñaladas en una céntrica calle de la ciudad. Pero la verdad es que a esta altura ya muy pocos están interesados en saber lo que realmente pasó. Esto se explica, primero, porque es un delito, ¡sí, muy lamentable!, pero un delito que podría haber ocurrido en cualquier momento y en cualquier lugar de Alemania y, segundo, porque lo ocurrido con posterioridad neutralizó todo deseo de informarse sobre los acontecimientos concretos que se desarrollaron en la madrugada de ese domingo. Más aún, aunque el olor a odio e inseguridad que dejó la primera temporada de cacería (de extranjeros) aún se percibe en el aire de las calles de Chemnitz, la segunda temporada ya se abrió y aún no termina. ¿La nueva presa? La Canciller Angela Merkel.
Para poder delinear el rol de los principales protagonistas en esta nueva fase, permítanme comenzar con una cuestión de Perogrullo que, sin embargo, como casi siempre ocurre con este tipo de preguntas, no es fácil de responder. ¿Cómo se pudo producir de manera tan rápida una disparidad tan enorme e irritante entre causa y efecto? Expuesto de otra forma y de manera retrospectiva: ¿Cómo un hecho delictual, por supuesto atroz y extremadamente doloroso para los deudos (para ellos mis condolencias más sinceras), pero lamentablemente tan poco excepcional en nuestras sociedades, pudo transmutar en un problema político de primerísimo orden para la Canciller Angela Merkel y su coalición de gobierno con los socialdemócratas? Los elementos de una posible respuesta están en el contexto donde sucedieron los acontecimientos, y eso es precisamente lo que queremos intentar aquí reconstruir.
El actual contexto político alemán nos presenta la así llamada “Gran Coalición” como la alianza que gobierna el país, la cual está integrada por la fracción de los “partidos hermanos” de la Unión (compuesta por la CDU, Unión Demócrata Cristiana Alemana, y la CSU, Unión Social Cristiana de Bavaria) y el SPD (Partido Socialdemócrata de Alemania). ¡Dejemos claro inmediatamente! Esta coalición que conforma el cuarto gobierno de Angela Merkel nació en marzo de 2018 prácticamente como una solución de emergencia después que los intentos de la Unión por formar un gobierno con Los Liberales (FDP) y Los Verdes (Bündnis 90/Die Grünen) fracasaran estrepitosamente. Es más, al principio la posición de los socialdemócratas era en ningún caso conformar un gobierno con la fracción CDU/CSU. ¿Argumentación? ¡Su histórica baja en el electorado! Después de todo habían obtenido apenas un 20,5% en las elecciones de octubre del 2017. ¡Lejos su peor resultado desde la fundación de la República Federal de Alemania! Pero seamos justos, la Unión, aunque salía nuevamente como primera fuerza electoral después de las últimas elecciones, sufría del mismo síndrome: su baja también era histórica, la peor desde el primer referéndum de 1949. Pero regresemos al SPD. Es cierto que los socialdemócratas se mantenían como segunda fuerza electoral del país, pero se inclinaban a entender que su catastrófico descenso era el lógico precio que se pagaba por haber participado de una administración con políticas sociales y laborales (habían sido parte ya de dos gobiernos de Merkel entre 2005-2009 y 2013-2017) que no eran las suyas. Pero seamos justos nuevamente, esas políticas sociales y laborales que ahora criticaban eran la continuación casi natural de aquéllas que había iniciado Gerhard Schröder, el primer y, hasta ahora, único Canciller socialdemócrata del siglo XXI. Él fue el primero en creer descubrir que si la flexibilización (en su gobierno la palabra “liberalización” casi está totalmente ausente) del mercado laboral era bueno para el empresariado era bueno para Alemania y de paso para la socialdemocracia. Como quiera que se interpreten las consecuencias de su gobierno, destaquemos aquí sencillamente que Schröder llegó a ser Canciller en 1998 ‒en alianza con Los Verdes‒ con un 40,9% de apoyo electoral de su partido. Cuando perdió las elecciones de 2005 frente a Merkel, la SPD llegaba al 34,2%. Desde ese momento el declive hasta el 20,5% del 2017 no lo pudo parar nadie. Pero como la política es el arte de hacer posible lo imposible, el milagro ocurrió. Después de miles dimes y diretes, con negociaciones fallidas de la Unión, como ya señalé, con los Liberales y los Verdes, con una extrema derecha, el AfD (Alternativa para Alemania), con fuerte presencia en el Parlamento y como tercera fuerza política a nivel nacional, con muchas veces histriónicas acusaciones de irresponsabilidad desde todas las trincheras, con un llamado al orden del propio Bundespräsident, el socialdemócrata Frank-Walter Steinmeier, y, finalmente, gracias a un acuerdo programático previamente votado por las bases socialdemócratas (Sí: 66,02; No: 33,98%) Alemania podía ver el 14 de marzo de 2018 como el Parlamento elegía por cuarta vez a Angela Merkel como Canciller. ¡Después de casi 6 meses desde el día de la elección el país tenía gobierno! Pero permítanme agregar algo más. Si se consideran sólo los parlamentarios pertenecientes a la coalición de gobierno, el resultado demostró que 35 no habrían votado (el voto es secreto) por Merkel. ¿Novedad en la disciplina (o indisciplina) partidista alemana? ¡En ningún caso!, pues esta “oposición interna” ya había mostrado su existencia en las dos elecciones anteriores donde Merkel había formado coalición con la SPD. ¿Las cifras? 51 parlamentarios de gobierno no la eligieron en la elección de 2005 y 46 en las elección de 2013.
Cambiemos ahora nuestra perspectiva. Se puede afirmar que lo que ocurrió en Chemnitz después de la madrugada del 26 de agosto pasado pudo ocurrir en cualquier ciudad de Sajonia y, quizás, en cualquier ciudad de los Estados Federales de la antigua República Democrática Alemana. ¿En qué se basa un semejante juicio? En cada uno de estos estados el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) se ha transformado en la segunda fuerza electoral. La excepción es Sajonia. Aquí en las elecciones de 2017 el AfD superó a los democratacristianos y quedó en el primer lugar. Por otro lado, insultos y ataques a extranjeros en las calles de las ciudades de estos así llamados “nuevos estados” es prácticamente el pan de cada día. Ahora bien, cuando hablamos de Sajonia debemos recordar las múltiples protestas en Leipzig contra el régimen de la RDA en el último cuartal del año 1989, consideradas hoy por la narración histórica como el inicio de una “revolución pacífica” –por cierto un mito creado en el oeste de Alemania– que trajo lo que todo el mundo vio por televisión y ante lo cual muchos quedamos estupefactos por la rapidez de los acontecimientos. Asimismo, tenemos que pensar en la ciudad de Dresde y las también masivas manifestaciones de PEGIDA en sus calles. Estos Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente, agrupación que nació como una cofradía de Facebook en 2014, hoy ya tienen seguidores en toda Alemania. Pues bien, si Chemnitz es una importante urbe de Sajonia se hace difícil que podamos esperar un contexto muy diferente.
El mismo día en el que ocurrió el lamentable hecho delictual representantes del AfD (Alternativa para Alemania), NPD (Partido Nacional-demócrata de Alemania) y Pro-Chemnitz, tres partidos de extrema derecha con representación en el Concejo de la ciudad, llamarían a una manifestación. Casi paralelamente grupos neonazis, hooligan y de PEGIDA sumarían otro llamado. A partir de un momento en la tarde comienzan a difundirse noticias inquietantes. Rápidamente aparecen también las primeras imágenes, tomadas con celulares, en donde se veía cómo grupos habían tomado violentamente el control de algunas calles del centro de la ciudad. Las turbas marchaban con gritos propios de los grupos neonazis (“Esta es nuestra ciudad”; “Nosotros somos el pueblo; “Para cada alemán muerto un extranjero muerto”) mostrando el saludo típico nazi y haciendo inconfundibles gestos de amenazas de muerte prácticamente contra todos quienes no eran ellos. Muy pronto, las imágenes, que no cesaban de aparecer, comenzaron a documentar ataques puntuales a extranjeros que transitaban por las calles y contra algunos periodistas que habían aparecido para reportear. Al llegar la noche Chemnitz era casi una ciudad fantasma. Lo que no evitó que ese mismo domingo alrededor de las 21.40 un restaurante judío fuera atacado por un grupo con insultos antisemitas, botellas y piedras.
Al día siguiente la jefa de la policía hablaría de 50 violentistas y de ataques concretos a cuatros personas, todas extranjeras. Pero en este lunes las calles de Chemnitz seguirían mostrando escenas de violencia de grupos xenofóbicos. A esta altura ya habían aparecido contramanifestaciones organizadas por agrupaciones de izquierda. Hasta el sábado 1 de septiembre radicales de derecha continuarían marchando por la ciudad. Este día se reunirían en Chemnitz alrededor de 8 mil radicales de derecha venidos de todas las esquinas de Sajonia y, con toda seguridad, de otros estados federales. En el medio grupos y dirigentes comunales del AfD. El lunes tres de septiembre alrededor de 65 mil personas acudirían a un concierto organizados por bandas de rock contra la xenofobia bajo el lema “Nosotros somos más”. Alemania suspiraba de alivio dos veces. El primer suspiro, porque no se produjeron ataques violentos contra los asistentes. El otro suspiro de alivio fue por la gran cantidad de asistentes (se esperaban 20 mil). Chemnitz mostró su otra cara. El primer acto de la cacería se cerraba, el segundo acto se abriría muy pronto.
Cuando un par de días más tarde el Primer Ministro de Sajonia, el democratacristiano (como Merkel) Michael Kretschmer, en una declaración oficial en el Parlamento federal expresaba que era claro que no había habido ni turbas o lumpen en las calles de Chemnitz, ni cacería de extranjeros, ni tampoco ningún pogromo, seguramente fue la primera señal para Merkel de que los graves incidentes no iban a poder ser despejados de manera fácil. Por supuesto que Kretschmer cumplía con su tarea de buscar salvarle la cara de vergüenza no sólo a Chemnitz, sino también a todo el estado de Sajonia. Y aunque su colega el Vice Primer Ministro, el socialdemócrata Martin Dulig, lo contradijo enérgicamente, Kretschmer no quiso entender que ya nadie se atrevía a sostener seriamente que se había tratado de unos “loquitos aburridos” quienes habían salido a tomarse las calles y comenzado a apalear a seres humanos. En todo caso, hasta ahí todavía se podía haber enterrado el asunto como una querella entre políticos de la región. ¿Por qué no pensar así? Ya en el pasado se había actuado de esta manera y zafado relativamente bien. Por cierto, con una Sajonia que muestra un alto número de ejemplos de este tipo, no necesitamos acudir a hechos ocurridos en las calles de grandes ciudades de este estado, como Dresde o Leipzig, para ejemplificar esta política. En este sentido, baste nombrar la pequeña localidad de Mügeln donde en agosto de 2007, también en una fiesta de la ciudad, un grupo de ocho empresarios de la India fueron perseguidos y atacados por una muchedumbre. El aquel entonces Primer Ministro de Sajonia, el demócrata-cristiano Georg Milbradt, también negó una cacería de extranjeros. Además, aunque se procesó esta vez a cuatro jóvenes alemanes por incitar al odio contra un sector de la población y provocar daños físicos, la justicia no pudo comprobar una motivación política. Pero ahora el año 2018 no entregaba el mismo contexto que el 2007. Esto se hizo claro cuando en el mismo día de la declaración oficial de Kretschmer el Ministro Federal del Interior ni más ni menos, el bávaro Horst Seehofer, se quejó de lo poco que se comunicaba sobre el crimen que había desencadenado las protestas. Agregó, además, que después de un semejante asesinato de un ciudadano en la calle con veinte cuchilladas (¡la policía siempre habló de cinco!) podía entender el que la gente estuviese indignada. De paso, por último, se permitió definir la migración como la “madre de todos los problemas”. En ese minuto debió entender Angela Merkel que una “caza a la Canciller” se había abierto.
Despejémoslo inmediatamente. Desde la crisis de los refugiados en 2015 Seehofer ha sido un abierto y despiadado crítico de Merkel. Las escenas ya legendarias de choques y altercados entre ambos frente a las cámaras de televisión nos permiten sospechar el tenor de sus encuentros entre las cuatro paredes de las oficinas de la cancillería. Cuando Merkel lo nombró Ministro Federal del Interior al inicio de su cuarto gobierno, la opinión pública entendió esto como un gesto para terminar la telenovela de desencuentros. Mal que mal el tema de seguridad interna le compete a este ministerio, incluyendo el ordenamiento y la atribución de expulsar gente de Alemania. Ahora se le servía al político bávaro sobre la mesa la posibilidad de dictar una “nueva doctrina” frente al tema de seguridad e inmigración. Por lo menos esa orientación tomaron las primeras interpretaciones de los comentaristas. Pero Seehofer pronto se percató que no iba a poder mover un milímetro a Merkel en la discusión de una ley para establecer un límite de refugiados por año. Acumularía tanta frustración que de hecho en un momento, mientras se jugaban los octavos de final de la Copa Mundial de Fútbol, dejó su cargo a disposición de la Canciller. Pocos se enteraron o a pocos les interesó el destino de esta renuncia. No sabemos qué fue lo que Merkel le ofreció, pero lo concreto es que más tarde volvió a tomar la jefatura del ministerio. Con todo esto, y otras vicisitudes que no valen la pena aquí comentar, se entiende que Seehofer haya creído ver su oportunidad en Chemnitz para acorralar a Merkel. Esta vez dejaría a un alto funcionario dependiente directamente de su ministerio que hiciera el trabajo. ¿En qué consistió la operación?
El 7 de septiembre aparece una entrevista en un periódico al Presidente de la Oficina Federal para la Protección de la Constitución, Hans-Georg Maaßen. Lo que lo motivo a hablar simplemente se puede derivar del contenido de lo que terminó diciendo. Aclaremos inmediatamente que esta oficina federal es una agencia de inteligencia policial del gobierno Federal y que por su historia “particular” desde su fundación en 1950 ha terminado por acumular una montaña de escándalos. También aclaremos, por otro lado, que cualesquiera sean las facultades concretas de un funcionario de Estado en Alemania ‒restringidas, amplias o ambiguas‒, es claro que dentro de sus atribuciones no está el articular una agenda política propia. Lo contrario ha generado casi siempre reprobación y ha significado exigir la responsabilidad del trasgresor y, no pocas veces, del jefe directo. Hans-Georg Maaßen encarna ambos elementos: una larga acumulación de graves acusaciones en su rol como máximo funcionario de la Oficina Federal para la Protección de la Constitución y una activa instrumentalización política de su rol de funcionario. En él el político y el funcionario de Estado son uno solo. Y esto, para bien o para mal de la actividad política, se entiende como un híbrido aberrante en la tradición política alemana. Pues bien, en la aquí mencionada entrevista Maaßen negó tener información de una muchedumbre que se hayan tomado las calles en Chemnitz o de grupos que hayan perseguido a extranjeros. ¿El funcionario máximo encargado de la seguridad interna refutaba lo que toda Alemania conocía ‒incluyendo la policía de Chemnitz‒ y comentaba? Pero esto no le fue suficiente. Agregaría que el video donde aparecía un extranjero siendo atacado sería un montaje para desviar el interés de la opinión pública sobre el asesinato del ciudadano alemán. ¿Lo último no eran casi las mismas palabras de Seehofer? Pronto expertos de diferentes medios periodísticos confirmaron la autenticidad de las imágenes. Como quiera que hayan sido las motivaciones de las palabras de Maaßen, lo que ocurrió inmediatamente después no deja espacio a especulaciones. La Socialdemocracia y otros partidos de oposición piden a Merkel la cabeza de Maaßen. El Ministro del Interior Seehofer, de quien depende verdaderamente la Oficina Federal para la Protección de la Constitución y su Presidente, sale a defender a su subordinado. El tono de los dimes y diretes aumenta a una escala preocupante para la coalición de gobierno. Merkel se lanza contra Maaßen y presiona a Seehofer para que lo saque de su puesto. Ante las presiones Seehofer no se le ocurre otra cosa mejor que nombrarlo en otro cargo superior. A esa altura la opinión pública ya se hacía escuchar y las encuestas mostraban sus verdades. Los partidos de gobierno perdían en apoyo ciudadano y Seehofer, quien descendería en las preferencias al nivel más bajo de toda su carrera, era señalado como el responsable de esta caída. Finalmente, a Maaßen se le crea un nuevo puesto en el mismo Ministerio Federal del Interior, “Asesor Especial para Tareas Europeas e Internacionales”, y, de paso, se le entrega el mismo estatus administrativo que había tenido como Presidente de la Oficina Federal para la Protección de la Constitución. El daño político al gobierno de Merkel era total. Algunos socialdemócratas le mandaron el mensaje a la Canciller: Seehofer o el SPD, ¡decídase! ¿Berrinches o arrebatos propios de la actuación política? Está por verse. Y si alguien tuvo la esperanza de poder reducir los daños a la Canciller, basto un breve lapso para que la brutalidad de lo que verdaderamente había ocurrido hiciera añicos dicha ilusión. Efectivamente, pasado unos días la pérdida de apoyo político real de la Canciller se hizo patente de manera brutal cuando su candidato, Volker Kauder, quien desde la llegada de Merkel al poder en el 2005 había presidido (y controlado) la bancada de la Unión en el parlamento, perdía en las nuevas elecciones y era elegido el demócrata-cristiano Ralph Brinkhaus para esta función con 125 votos a favor y 112 en contra. Y aunque Brinkhaus rechazó inmediata y vehementemente una rebelión contra Merkel dentro de la Unión, el jefe de los Liberales (FDP) y de la Izquierda (Die Linke), plantearon la necesidad de que Merkel pidiera un voto de confianza en el parlamento. Por lo pronto ‒repito, ¡por lo pronto!‒ Brinkhaus consideró esta demanda un disparate. Mientras tanto en los titulares de los principales periódicos ya se escribe abiertamente sobre la posibilidad de nuevas elecciones.
El último y definitivo efecto de la “causa Chemnitz” aún no se puede predecir, pero el futuro cercano le trae a Alemania coyunturas importantes que pueden ayudar a la política a encontrar esa esquiva armonía entre lo deseado, lo posible y lo conveniente o llevarla a un destino gris y sin retorno. En este sentido, resulta bastante comprensible recordar que en dos semanas hay elecciones en Baviera y en menos de un mes (28 de octubre) en Hesse. Mientras en este último estado federal gobierna una alianza Demócrata-Cristiana/Los Verdes, en Baviera gobierna la CSU en solitario. Algunos breves comentarios para entender mejor esto último. En primer lugar, la Unión Social Cristiana de Bavaria, como su nombre lo indica, es un partido netamente bávaro. Además, en este estado federal, por un pacto entre ambos partidos del tiempo de la fundación de la República, no compite la Democracia Cristiana Alemana. Esto explica que, con una sola excepción en las elecciones de 2008, la CSU haya gobernado con mayoría absoluta desde los años 50 sin grandes contrapesos. Todo esto puede cambiar el 14 de octubre. No sólo las encuestas señalan que estaría alcanzando una cifra por debajo del 35% de los votos, sino también los resultados de las últimas elecciones de Canciller en 2017 (38,8%) hablan en pos de dicha posibilidad. ¿Un cataclismo político? Para la CSU, claramente. Para el gobierno en Berlín un problema grave, pero que tiene soluciones potenciales. En gran medida esta crisis del partido gobernante en Baviera explican la dureza y tenacidad, pero también la audacia, de Seehofer frente gobierno de Berlín. No sólo busca salvar su futuro político, sino también pretende rescatar a su partido de la posible debacle ‒ apostando a poder persuadir con todos los medios a aquel alto porcentaje de su electorado histórico que está dispuesto a darle su voto al AfD ‒ y a Baviera del caos, si es que, primero, el AfD y, segundo, los comunistas logran entrar al parlamento federal. Se cuenta que a causa de esta última posibilidad se ha visto a Franz Joseph Strauß, ¡hasta hoy el patriota bávaro por excelencia!, gritando enfurecido por las calles de Múnich. ¡Ironías a parte! Como heredero del mismo patriotismo, Seehofer encarna el carácter del político que siempre cree jugarse el todo o la nada en las diversas crisis que enfrenta. Su único compás cuando se encuentra en medio de ellas es simplemente: ¡Baviera first! Este simple imperativo lo deja dispuesto a utilizar cualquier medio, incluyendo clavarle una puñalada mortal (o veinte) en el corazón del gobierno en Berlín del cual él mismo y su partido forman parte, sin considerar los costos que tenga que pagar Alemania. ¿Exagero? Posiblemente o, mejor dicho, ¡espero que totalmente! Al final una fuerte CDU necesita de una fuerte CSU y al revés. En todo caso, habrá que estar alertas cuando el domingo subsiguiente a las 18 horas comiencen a entregarse los primeros resultados de los sufragios en, quizás, una de las regiones más hermosas de Alemania.
Pero no sólo hay que estar atentos a lo que ocurra en Baviera en dos semanas. Por lo pronto, hay que observar también qué pasará este tres de octubre, Día de la Unidad Alemana, festividad que conmemora la Reunificación, especialmente en las calles de algunas ciudades. En ese día Chemnitz estará en medio de la Semana de la Intercultural, festividad que está programada hasta el 7 de octubre. También en dos semanas se recibirán a los estudiantes que comenzarán su semestre de invierno en la universidad técnica que lleva el nombre de la ciudad. La Universidad ya informó que entre los más de once mil jóvenes ya inscritos más de tres mil son estudiantes extranjeros. Por otro lado, además de las elecciones de Bavaria, habrá que ver también atentamente los resultados de las elecciones en Hesse el día 20 de este mismo mes. De tal manera que sólo en octubre ambos estados federales aportaran en total once representantes al Consejo Federal (Bundesrat), institución que representa a todos los gobiernos federales a nivel nacional, que, además, posee iniciativa legislativa y donde muchas de las leyes aprobadas por el Parlamento deben ser ratificadas. Y como si esto fuera poco, el próximo año habrá elecciones federales en Turingia, Brandeburgo y Sajonia, en donde todo indica, según las encuestas, que el partido Alternativa para Alemania superará con una altísima probabilidad el 20% de los escrutinios o, con relativa seguridad, bordearía el 32%. ¿A esperar tranquilamente? Por favor, ¡en ningún caso!
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