Sostiene Pacheco que el haber nacido en Valparaíso y vivido, en diferentes épocas de su agitada vida, en al menos 12 cerros y en diversos lugares del plan del Almendral y del barrio Puerto, marcó su identidad.
Es cierto que ahora ama su vida bucólica junto a su Pompeya (quien suele tratarlo de gitano), allá por los páramos petorquinos, pero Valparaíso ocupa un lugar especial en lo poco de arraigo que le va quedando. Y a pesar de las casi 6 horas de viaje, entre ir y volver de La Ligua al Puerto, disfruta cada lunes el asistir a las reuniones de pauta en el diario, cuyas oficinas se encuentran en pleno corazón del casco antiguo de la ciudad. Sabe que hacia el mediodía podrá disponer de un recorrido por cafés, de animadas conversaciones con los amigos de siempre y de un almuerzo enjundioso en algún restaurante popular. Sí, los lunes son siempre un buen panorama para Pacheco.
Quizá por lo anterior, es que cuando la editora puso en la mesa el tema del aniversario de la Alcaldía Ciudadana, Pacheco no dudó en tomarlo. Hablar de la épica que logró instalar este proyecto y lo que ha sido su desarrollo, remite -necesariamente- a una mirada al Valparaíso profundo.
Sostiene Pacheco que mientras la editora hablaba de Brasil y del triunfo de Bolsonaro (tema sensible para ella que vivió en o país mais bonito do mundo), él le daba vueltas al enfoque de su columna. Cuando terminó la reunión, ya tenía claro qué hacer. Le pareció, entonces, pertinente saltarse los cafés e ir a instalarse, de una, al Liberty. Qué mejor inspiración para hablar de Valparaíso que hacerlo desde un espacio que ha sobrevivido a terremotos, incendios, dictaduras, delincuencia y a la mismísima alegría que nunca llegó.
A esa hora estaba desocupada la mesa del rincón junto a la ventana. Perfecto, se dijo a sí mismo. ¿Qué le sirvo, Pachequito? Tráigame un pipeño y, cuando yo le avise, una cazuelita. Listo nomás. Conectó su notebook, bebió un trago largo de pipeño y se dispuso a escribir.
Muy cerca del Liberty está la iglesia La Matriz. Allí surgió la plataforma que impulsaría las primarias ciudadanas, que serían claves al momento de articular las fuerzas para derrotar al duopolio que llevaba 28 años saqueando la ciudad. Dos cuadras hacia Sotomayor y otras dos subiendo por Tomás Ramos, se encuentra la sede sindical que vio surgir y cobijó a la organización donde milita él. Pacheco se sentía orgulloso del rol jugado por su movimiento en el proceso de convergencia del pacto de La Matriz, el pacto Pueblo Unido y las organizaciones políticas universitarias (de esta última emergería el actual alcalde), las que constituyeron la fuerza político electoral que posibilitó el triunfo. No obstante, no quería hablar de la trama política. Le parecía mucho más potente un enfoque donde la ciudad y sus habitantes, donde sus personajes y paisajes, fueran los protagonistas. Ciertamente, la Alcaldía Ciudadana era el resultado de un proceso bastante más complejo que se emparenta con una ciudad tanto más compleja y llena de hitos en la historia de la República.
Sostiene Pacheco que mientras su paladar celebraba el último sorbo de su elixir, le dio hambre.
Cerró su compu y se dispuso para la cazuela. Miró por la ventana y sintió como si se asomara a una época pasada. Allí, en el barrio Puerto, había pocos indicios del paso del tiempo. Él mismo se podía rememorar como un joven estudiante de Literatura, sentado quizá en la misma mesa que ocupaba ahora, bebiendo vino con sus compañeros, en una madrugada de lluvia desatada, de tangos desgarradores y jugando un cadáver exquisito (nada más apropiado para el contexto dictatorial de ese tiempo). Cuarenta años no es nada -reflexionó. O aquella tarde que vinieron por una pescada frita con papas mayo junto a la poeta mayor del puerto, Ximena Rivera, y terminaron viendo el amanecer con los parroquianos en plena Epopeya de las comidas y bebidas de Chile. O cuando el profesor Gutiérrez, entre piscola y piscola, nos ilustraba a los compañeros sobre la relevancia del asesinato de Portales, de la batalla de Placilla, de la sublevación de la Escuadra, de la gran protesta de los trabajadores portuarios de 1903, o del golpe de Estado de 1973, que empezó precisamente en Valparaíso.
Así, en su divagar, se imaginó a la ciudad en todas sus formas posibles: un gran bulevar, un mercado bullicioso y de fragancias multicolores, un inmenso anfiteatro donde la galería populárica -providencialmente- tiene una vista impagable, una universidad diversificándose en la calle, un interminable bar con mesitas cojas, un muelle donde conviven panamax y diminutos botes motorizados, y el mar, el mar conteniéndolo todo. Por eso mismo, ¿quién no le ha cantado a Valparaíso?, ¿quién no le ha escrito un par de versos?, ¿quién no ha filmado sus recovecos, sus intersticios, a su gente?, ¿quién no lo ha bosquejado, pintado, retratado? ¡Qué más da un Consejo de la cultura institucionalizada, de las bellas artes y el patrimonio pequeño burgués, si Valparaíso habla por sí solo y es pueblo todo el rato, a pesar de la siutiquería importada por políticos, empresarios y artistas venidos del jet set santiaguino, que deambula cada fin de semana entre los cerros Alegre y Concepción, como si fuera su Montmartre chilensis!
Sostiene Pacheco que mientras los drones de su imaginación recorrían el territorio, el Liberty se fue llenando de comensales. Allí estaba en una mesa, cabizbajo, Aniceto Hevia, recién conseguida su libertad; en tanto, Émile Dubois conversaba animadamente con doña Juana Ross mientras paladeaban unas prietas de Sethmacher. Lo propio hacían en la barra, Arturo Prat y Liborio Brieva; el primero, comentando pormenores de como lograron, junto a Lynch, varar a la Esmeralda y evitar así su hundimiento; y el segundo, las dificultades que tuvo para construir el primer ascensor de la ciudad. No menos animada era la discusión política que tenían en la mesa contigua a Pacheco, don Eduardo de la Barra, Juan Demarchi y Salvador Allende. ¿Qué puede salir de un debate entre un radical, un anarquista y un socialista? Seguro, algo mejor que del limbo ideológico de las izquierdas contemporáneas.
Sostiene Pacheco que mientras subía la temperatura del lugar y la euforia invadía su ánimo, supo que debía llamar a Pompeya y decirle que no preguntara nada, que solo tomara el bus más rápido y se viniera al puerto. Su amada, que dentro de sus virtudes tiene la de empatizar con los arranques de Pacheco, y amante del puerto como es, salió rauda de su trabajo en dirección al terminal de buses al encuentro con el amor de su vida.
Deben haber sido cerca de las 9 de la noche cuando Pompeya llegó al Liberty, justo en el momento que Carmencita Corena, Jorge Farías, Payo Grondona y el Gitano Rodríguez entonaban esos versos que dicen que este puerto amarra como el hambre. ¿Qué más se puede pedir? -dijo Pacheco a su amada. Ella contestó con un beso apasionado.
La pareja salió del bar de madrugada, pletóricos de felicidad y algo caramboleados, caminaron abrazados por las calles vacías. Aún faltaban dos horas para tomar el primer bus a La Ligua. Tiempo suficiente para buscar un nidito de amor cerca de la estación del metro y cerrar la celebración de la vida como Dioniso manda. ¡Qué más!
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Pacheco cada vez más entretenido. Esperamos que continúe sus recorridos por los cerros y el tiempo porteños, y que finalmente, yendo más allá del heroísmo, deje atrás su longeva adolescencia, y contraiga los sagrados votos con Pompeya.