Así están los que defienden la Constitución de la dictadura cívico-militar. Los últimos hechos apuntan a infundir temor, porque te pueden lanzar desde un puente, golpear la puerta de tu casa y utilizar una franja electoral para generar odio, cuando no derechamente, mentir.
El plebiscito de 1988 no llegó a esos niveles, porque ese acto podía sacar a Pinochet del poder, pero la Constitución seguía viva, protegida por su misma estructura inamovible. Esto es lo que ahora se acaba: una Carta que sometió a las personas a condiciones que estallaron hace un año.
Están desesperados porque el apoyo al Apruebo abarca desde parte de la derecha hasta toda la izquierda; porque esa tremenda mayoría de chilenas y chilenos comprende por qué tenemos medio millón de familias esperando por una casa propia o la mitad de los trabajadores ganando menos de 500 mil pesos. Porque la gente despertó al ver las pensiones de miseria después de una vida de trabajo.
Desesperados, porque Chile será distinto y todo lo que hacen hoy es ganar tiempo, dilatar un proceso que se espera récor para votaciones voluntarias. Si en esas condiciones, con temor al Covid, con temor a la policía desatada, con amedrentamiento a los fiscales -los encargados de perseguir a los delincuentes-, Chile confirma que quiere un país distinto, pues habrá triunfado la razón. Y, además, no habrá sido en vano la pérdida de vidas humanas y los cientos de mutilados por la represión.
Los que hace 32 años votamos por el NO (en mi caso mis padres), pensamos que ese era un paso mayor, que no sólo era acabar con la dictadura, sino avanzar hacia un sistema lejos del individualismo. Eso tardó tres décadas y hoy nuestros hijos están haciendo la fuerza que faltaba, porque nuestros padres venían del trauma de haber perdido la democracia y cualquier cosa aparecía mejor que una dictadura. Y resulta que no es así, porque la Constitución vino a deshacer la Reforma Agraria, a desmembrar la nacionalización del cobre y diezmó el motor de la educación pública a niveles calamitosos. Esta Constitución transformó el Estado a la mínima expresión, lo hizo subsidiario y abrió el mercado para el tener, alejando a la esencia de nuestra idiosincrasia: el ser.
Y por eso están desesperados, porque nunca han hecho algo por su propio mérito. Son los que se llenaron los bolsillos vendiéndose a sí mismos las empresas públicas a precios de liquidación, los que pagan con clases de ética, los que nacieron en latifundios y vieron a sus padres abusar de sus trabajadores, abusar de los hijos e hijas de éstos. Están desesperados porque tienen la conciencia inconfesable.
Vamos a ganar con el Apruebo y la Convención Constitucional, y es hora que las fuerzas políticas se unan mirando esta historia reciente, abandonando toda pretensión de superioridad moral, porque esa está reservada para los miles de muertos y torturados, para los desaparecidos, para los mutilados, para los que fueron silenciados y no tienen voz. Ellos, donde estén, esperan que nosotros levantemos la nuestra para darle a las generaciones que aún no nacen, un país justo, digno, limpio y formen parte de una sociedad capaz de mirarse a los ojos, donde no se les vaya la vida en el intento.
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