Una de las tantas perversiones de los populismos y fascismos resucitados, ahora que los progresismos se baten en retirada, mudos, impotentes y menguados, es su ataque a aquellos que tienen la posición más débil en la jerarquía de las sociedades “receptoras”: los inmigrantes. Haber conseguido transformar un hecho social, histórico, “natural” e imparable en un “problema” es una de las tantas victorias de estos energúmenos disfrazados de padres de familia, parlamentarios, religiosos, profesionales, líderes de opinión, vecinos, educadores etc. Exultantes, orgullosos, mentirosos, pedestres y vociferantes, estos personajes secundarios quieren encontrar su lugar en el espectáculo, atacando a aquellos que han tenido la valentía de cambiar de país para rehacer sus vidas dejando atrás vínculos, proyectos y afectos.
Estamos viviendo la apertura de un nuevo ciclo de dolor y miseria en la ya dolorosa y miserable historia de la humanidad. Por doquier brotan los aprendices de caudillos, líderes de segunda, ignorantes sin vergüenza, que conectan con las pulsiones y deseos más oscuros de esa cosa que hasta ahora hemos llamado ser humano. Instalados en una posición circunstancial de poder, mediocres políticos se sienten con la legitimidad necesaria para sostener sus patologías identitarias sobre la debilidad de seres que viven a la intemperie social. Fascistas explícitos o implícitos, populistas de salón o de redes sociales, opinan y deciden sobre la vida y destino de otros a quienes han introducido en lógicas de jerarquía y discriminación por el sólo hecho de haber nacido en un lugar distinto de este territorio al fin del mundo.
Estos individuos han abierto la veda para una política de horda y de manada a la caza de los débiles del planeta. A los autóctonos ya los han domesticado y transformado en sus aliados contra sus compañeros de infortunio. En Chile, el oscuro Rodrigo Ubilla, secundado por su jefe, anuncia que Chile no firmará el Pacto Migratorio de la ONU, alienándose con la minoría conformada por algunos de los más recalcitrantes gobiernos del mundo y hasta Angela Merkel (¡!) afirma que por parte de los detractores del pacto hay un “aprovechamiento de los miedos sociales para difundir noticias falsas”. La ignorante Camila Flores en otra de sus “declaraciones polémicas” afirma que “la ONU es el brazo armado de la izquierda” en el mundo. Sin comentarios. En España VOX alista sus huestes para abalanzarse desde Andalucía para re-conquistar el resto de España. Muy malos tiempos para la lírica y la decencia.
Todos estos son comportamientos destinados a provocar atención mediática ampliar el campo de lo decible y tensionar la tolerancia democrática, estrategia de libro de los fascismos y populismos. Cada una de estas grandes o pequeñas acciones apunta a sustituir el sentido común democrático por otro autoritario, torciendo y retorciendo la realidad para construir otra acorde a sus intereses. Para los populismos y fascismos el principio de lo contradicción y la evidencia de los datos empíricos no son relevantes. Camila Flores puede mentir y decir barbaridades una y otra vez, y no pasa nada. Nada más que ganar presencia pública. Una estrategia intensiva y extensiva de medios y redes sociales, sin temor a las fake news, a los enunciados falsos pero verosímiles, crea realidades aun en contra de la realidad. No hay diálogo posible con aquellos que destruyen las bases racionales y argumentativas comunes.
El populismo moderno nace del fascismo en la post-guerra europea. Reforma al fascismo totalitario y genocida en clave democrática, pero realizando experimentos autoritarios dentro de ella. La victoria de Bolsonaro viene precedida de muchos, pequeños y grandes, golpes de Estado constitucionales. El populismo más que una ideología es una lógica acción política de aniquilación de la igualdad y la diferencia. De nada sirve distinguir entre populismo bueno (de izquierda) y populismo malo (de derecha). Ambos son formas dañinas de entender la vida social. Los elementales conceptos políticos de los primeros (“antagonismos”, “agonismos”, “hegemonías”, etc.) juegan con fuego. Ambos son destructores de la posibilidad de lo común democrático. No hay “pueblo por construir” sino diversidades -individuales y colectivas- con posibilidades, si hay voluntad y proyecto, de hacer emerger comunes.
Los migrantes son rechazados y ninguneados porque representan la realidad viva y evidente de la mezcla de cuerpos, valores, comportamientos y sensibilidades que niega por sí misma la estrecha visión del mundo de los autoritarios. Los populistas y fascistas, y todos aquellos que creen en identidades definitivas e inmutables, rechazan esta manifestación de sociodiversidad. Su irritación frente a la realidad de la mixtura muestra su profunda debilidad escondida tras conceptos y opiniones grandilocuentes en algunos, y tras cuerpos tatuados y símbolos agresivos, en otros. La alteridad del inmigrante les pone de frente a su caducidad cultural y a la posibilidad de ser otros, distintos a su autoimagen inmutable.
La defensa de los inmigrantes debería formar parte central de cualquier política progresista, sea lo que sea lo que esto signifique. La caza mediática, digital o callejera de los inmigrantes debería ser respondida con solidaridad mediática, digital o callejera. Solidaridad de clase, de infortunio y de destino humano, debería inaugurar el despertar del alicaído progresismo, sin tapujos, sin medias tintas, sin posibilismos. La regeneración del sueño igualitario pasa por una profunda autocrítica, por nuestro alejamiento temeroso de aquellos que son nuestros semejantes, cómplices y aliados en la defensa de la dignidad.
Pero la tarea es difícil, los enunciados discriminadores de los populismos y fascismos cuentan con la complicidad de una parte importante de las sociedades. Detrás de estos líderes de sainete están el miedo, la precariedad y las pasiones tristes de muchos. Sociedades sometidas generan comportamientos discriminadores. Sociedades emancipadas generan comportamientos de acogida. El deseo social populista autoritario debe ser combatido con deseo social libertario. La intolerancia frente al intolerante debería ser un principio democrático básico. Ni pan ni agua, ni conversación ni tribuna, para aquellos que no creen en la posibilidad de la igualdad y la diferencia. La única democracia restringida aceptable es aquella que excluye a los intolerantes, a aquellos que están dispuestos a excluir. La única intolerancia aceptable es la ejercida frente a los intolerantes. Cierre dialógico frente a aquellos que están dispuestos a destruir las formas de convivencia liberales y/o comunitarias, ya sea cruenta o incruentamente, para implantar sus delirios uniformadores y sectarios. En esto, se juega la posibilidad de la decencia de nuestra vida presente y futura común.
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De acuerdo al artículo, como opino diferente, debo padecer algún tipo de fobia o deformación política grave, así es que mejor callo, pues mi opinión diferente, no debe tener “ni pan, ni agua ni tribuna” .