El jueves 20 de junio, el último día de primavera, los jefes de gobierno de los 28 países miembros de la Unión Europea (UE) asistieron a la reunión de su Consejo. En Alemania el tiempo de aquel jueves se mostró con una extrema inestabilidad: nublado, sol, lluvias, tormenta, sol nuevamente, fuertes vientos. Era como si la naturaleza no se pudiese poner de acuerdo en entrar en su próxima fase veraniega. También algo de esa contención reflejaría la política europea aquel día.
Los principales temas sobre los cuales el Consejo Europeo deseaba discutir y lograr un acuerdo ‒¡precisamente europeo!‒ eran tres. Primero, establecer ya un compromiso previo sobre el presupuesto de la UE para el período, a partir del año 2021. Segundo, constituir con el estatus de urgencia política el objetivo de reducir radicalmente la producción de dióxido de carbono en los próximos años, para así, el 2050, llegar a lo que se denomina política de neutralidad en la generación de CO2. Por último, proponer un candidato para el cargo de Presidente de la Comisión Europea, para que, posteriormente, el Parlamento pueda elegirlo. Ya en la tarde de aquel jueves los periodistas apostados en el edificio “El Huevo” de Bruselas, donde se reúne el Consejo, fueron informados de los resultados de las conversaciones. Los tres puntos permanecían abiertos. Donde sí hubo un acuerdo fue en extender por un año más (hasta junio del 2020) las sanciones económicas de la UE a la no reconocida República de Crimea, cuyo parlamento la declaró en 2014 parte de la Federación Rusa. Pero en este contexto esto ya pasaba a ser una anécdota, como seguramente también lo fue para Putin.
La actual forma de elegir al Presidente de la Comisión Europea demostraba por segunda vez las tensiones que puede originar. ¿Qué pasó la primera vez? La propuesta del Consejo para la Presidencia de la Comisión, en principio, debe estar en función de los resultados de las últimas elecciones parlamentarias. Así ocurrió el 2014 cuando se eligió al democratacristiano luxemburgués Jean-Claude Juncker. A la luz del presente, vale la pena recordar algunos hechos que marcaron dicha votación. Efectivamente, siguiendo el camino del nuevo proceso de elección, el Consejo deliberó y llegó a establecer a Juncker como candidato. Ocurrido esto, lo propuso al Parlamento Europeo, como lo exige el proceso oficial. De esta manera, se confirmaba el derecho para ser candidato del Consejo al líder de la fracción más votada en el Parlamento, esta vez, al de la coalición de los democratacristianos, el Partido Popular Europeo (PPE). Ciertamente, el PPE había logrado la mayoría relativa más alta al ocupar 219 escaños de 751. Una cifra que ya integra algunos independientes y representantes de pequeños partidos que ingresaron a la coalición. Sin embargo, lo que representaba aquel número de escaños era un poco menos del 30% del total de representantes. Como sea, era la fracción europea más votada y la muñeca política de una Merkel extraordinariamente bien posesionada (en las elecciones de septiembre 2013 en Alemania su coalición había logrado 41,5% de apoyo y en marzo de 2014 se transformaba en la política electa de más larga duración de toda la UE), sumada a la del propio Juncker, lograría el resto. Además, el aporte de parlamentarios de los partidos que componen La Unión en Alemania (CDU, Unión Demócrata Cristina de Alemania y CSU, Unión Social Cristiana Bávara), había alcanzado a ser de 34 euro-parlamentarios en aquella oportunidad, lejos la más alta dentro del mismo PPE.
A pesar de todo esto, algunos jefes de gobierno manifestaron públicamente dudas frente a Jean-Claude Juncker: Países Bajos, Hungría, Suecia e Italia. Pero sería el gobierno británico el que se opondría abiertamente al ‒ en ese momento ‒ todavía candidato. El Primer Ministro británico, David Cameron, pidió un candidato para una Europa del futuro. Habló de días oscuros para Europa si se elegía a Juncker e, incluso, llegó a amenazar ‒ ya en ese momento ‒ a la misma Angela Merkel y otros colegas, con la salida de su país de la UE. Ya conocemos el final de esta historia: la Canciller alemana convenció a todos, aisló a Cameron y Juncker fue nombrado Presidente de la Comisión Europea.
Aquí no puedo conectar este desenlace directamente con el Brexit (British Exit). Falta enterarse de muchas conversaciones y discusiones en el Consejo y en otras instituciones europeas y que los actores comiencen a documentar sus roles. En todo caso, permítanme brevemente hacer un comentario muy general, especulativo y, por lo mismo, dominado por una intensión provocadora. La tragedia para el proceso de integración europeo no es que Gran Bretaña se retire de la Zona Euro, pues nunca ha pertenecido a ella, sino de la Unión Europea. Por supuesto, esta afirmación no pretende desconocer las implicaciones económicas del paso que esta nación desea hacer. Ellas son obviamente monumentales para ambas partes. Lo que sí aspira es a reconocer que el análisis de los efectos del Brexit debería ser diferenciado, pues ellos serán radicalmente dispares e, incluso, en algunos espacios y temáticas europeos, serán nulos. Así, por ejemplo, se podría esperar que Gran Bretaña abandone el espacio de la UE, pero que permanezca en la zona que constituye actualmente la Unión Aduanera de la Unión Europea. No olvidemos que a este espacio pertenece actualmente Turquía, un Estado que no sólo no integra la Unión Europea sino que, además, no es considerado por muchos como parte de la cultura europea. Podría ocurrir que la salida de Gran Bretaña de la UE tampoco implique su retiro del así llamado Espacio Europeo de Educación Superior donde se ha logrado armonizar no sólo los diferentes sistemas universitarios de los países de la UE. La experiencia nos demuestra que a este espacio “europeo” ya pertenecen países como Rusia, Bielorrusia o Turquía. En este mismo sentido diferenciador, la noticia de que el Reino Unido, en el contexto del Brexit, ya haya incluido en el 2017 su salida del Tratado Europeo de la Energía Atómica (EURATOM, 1957) debería generar una enorme preocupación más allá de las fronteras europeas.
Pero volvamos a los acontecimientos que generó la elección de Juncker el 2014, pues recordar estos hechos nos permite conjeturar que el jueves pasado hemos experimentado una especie de déjà vu. En las elecciones de mayo nuevamente el PPE fue la fracción más votada del Parlamento Europeo. Logró obtener 179 escaños (a esta cifra habrá que volver a sumar esta semana a algunos independientes y representantes de pequeños partidos que ingresarán a la coalición). Su candidato líder, el político de la Unión Social Cristiana Bávara (CSU) Manfred Weber, consecuentemente, comenzó a interpelar al Consejo para que su nombre fuera propuesto al Parlamento. Hay que advertir que su Partido Popular Europeo (PPE) experimentó una nueva tendencia a la baja (ya había disminuido en las elecciones de 2014 de 274 a 221 parlamentarios). Experiencia, sea dicho de paso, que comparte con los socialistas europeos (su representación disminuyó de 184 a 153 euro-diputados en las últimas votaciones). Ya con estos datos la mayoría que encarna el PPE ha pasado a ser un argumento político con un peso mucho menor que el pasado. Además, tempranamente se puso en la mesa de discusión las sensibilidades del propio votante democratacristiano alemán y no alemán. Weber apareció en la papeleta de votación como candidato líder de la CSU bávara, no de la CDU. Es más, sus actividades presenciales en su campaña electoral prácticamente no traspasaron los límites del estado federal de Baviera. Pero, ¿y por qué debía hacerlo? Como vocero y jefe de su fracción en Estrasburgo desde 2014 ha tenido el control del Partido Popular Europeo. Y es en este contexto que tiene asegurado el apoyo oficial de Angela Merkel. Pero en la actualidad la Canciller no le puede dar a su candidato natural las mismas garantías del 2014. Por supuesto, visto desde la dimensión europea, el apoyo de Merkel sigue siendo necesario, pero hoy ya no es suficiente. Su capital político se ha reducido demasiado. De hecho, nadie se atreve a apostar que vaya a llegar al final de su mandato como Canciller de Alemania. Y esto hace que la actual posición política de Merkel en Europa se vea afectada. Pero hay más. Se debe considerar también otro factor que ayuda a explicar el contexto en el que se mueve Weber. Este da cuenta del aporte de Alemania a la coalición europea, el cual ha ido en constante baja. Si se observa la historia de los aportes de la CDU y CSU al PPE, los bonos políticos de Weber se debilitan aún más. En las elecciones de 2009 Alemania aportó 42 euro-parlamentarios de La Unión, para bajar el 2014 a 34 y llegar ahora tan sólo a 29.
Como si todo lo anterior no fuese suficiente para poner en duda la candidatura de Weber (algunos ya hablan de imposibilidad), al representante del PPE le apareció una oposición en el mismo Consejo Europeo. En esta oportunidad es el presidente francés, Emmanuel Macron, quien ha asumido desde el 20 de julio el rol que Cameron ejerció el 2014 contra el democratacristiano Juncker. El mensaje de Macron ha sido claro: ¡quiere nuevos nombres! Suma y sigue. Ese mismo jueves los socialdemócratas y liberales anunciaron su intención de no votar por Alfred Weber. ¿La reacción del PPE? Rechazar la candidatura del holandés socialista, Frans Timmermans, y de la danesa del partido social-liberal Radikale Venstre, Margrethe Vestager. A propósito, ambos actualmente con cargos en la Comisión Europea: Timmermans como Primer Vice-Presidente y Vestager como Comisaria para la Competencia. Experiencia que no posee Weber.

Jean-Claude Junker
Resultado de todo esto: a la fecha nadie tiene mayoría. Frente a esto las placas tectónicas en Bruselas no han parado de moverse. En todo caso, aunque la acumulación de energía es altísima todavía se mantiene como pregunta (no como un hecho) si estos movimientos van a generar nuevos “continentes políticos” en la UE y su Parlamento. Los Liberales y Verdes europeos, como tercera y cuarta fuerza política en el futuro Parlamento, respectivamente, serán parte de la respuesta a esta pregunta. Mientras tanto, comprensible y notoriamente las conversaciones y encuentros entre los mandatarios europeos han aumentado en la medida que pasan los días. Y, por supuesto, las miradas están puesta en las reuniones a puertas cerradas entre Macron y Merkel. ¿Qué queda oficialmente? La declaración del Presidente del Consejo Europeo, el polaco Donald Tusk, en la que dio algunas luces a la dimensión-tiempo: se desea llegar a un acuerdo antes del martes 2 de julio, día en el que se constituye oficialmente el nuevo Parlamento Europeo. En el momento de indicar esto ante la prensa, al lado de Tusk se encontraba un sonriente Jean-Claude Juncker quien más tarde ironizaría: “Nunca pensé que sería tan difícil encontrar un reemplazante para mí.” Veremos qué dirá la Historia sobre su rol como Presidente de la Comisión Europea.
Categorías:Sin categoría