Investigación historiográfica de Florrie Snow B., historiadora, Biblioteca Metodista.
Pocos días antes de librarse la Batalla de La Placilla (28 de agosto de 1891), después de la de Concón, los reverendos Santiago Garvin y Victoriano de Castro, ambos de la Iglesia Presbiteriana de Valparaíso, unieron fuerzas para colaborar en la organización de una brigada de la Cruz Roja.
Como la policía estaba en aquellos días ocupada en prevenir lo que pudieran hacer los opositores que residían en Valparaíso para ayudar a los revolucionarios, los “malos elementos” del puerto hacían de las suyas, de manera que era peligroso andar por las calles después del anochecer. Fue así que la brigada de la Cruz Roja se dedicaba, en grupos de dos en dos, armados con revólveres, a efectuar servicios policiales. Algunas noches les tocó realizar dicha labor a los pastores Garvin y De Castro.
Esta brigada de la Cruz Roja estaba preparada para ir al campo de batalla en el momento oportuno, para socorrer a los heridos. El día que entraron los opositores a Valparaíso, el pastor De Castro acudió al doctor Page, un norteamericano que venía prestando servicios de médico cirujano al ejército opositor, para preguntarle si deberían ir al campo de batalla.
“No vayan ustedes hoy”, le respondió el médico. “Es preciso dejarlo para mañana, pues la chusma se ha armado con los fusiles botados por los soldados que han huido y los de los muertos en la batalla, y se están ocupando en desvalijar los cadáveres y pelean entre sí, disputándose el botín, de manera que correría serio peligro de vida los miembros de la Cruz Roja que fueran hoy; vayan mañana”.
Al amanecer del día siguiente de la batalla, unos cuarenta miembros de la Cruz Roja, entre los cuales iban los dos pastores, subieron al campo de batalla.
El Rev. Victoriano de Castro, en un relato unos años después, dio testimonio de la actividad y abnegación que desplegaron en aquel día y los siguientes, en el socorro y curación de los centenares de heridos que encontraron ahí.
“Santiago Garvin era un hombre que sabía inspirar deseos a los que le rodeaban, para ocuparse en toda buena obra en que se necesitaran personas capaces de abnegación y sacrificio, me aconsejó entonces que fuera yo a los hospitales de sangre que se abrieron en algunas escuelas públicas, y me ocupara en ofrecerme para escribir cartas a las familias de los heridos que no pudieran escribir, o no supieran hacerlo. Así lo efectué y escribí muchísimas cartas a las familias. Por varios días fui cama por cama, provisto de papel, sobres y estampillas, ofreciéndome para escribir cartas. Como consecuencia de esto, mantuve después por algún tiempo correspondencia con las familias de los heridos, dándoles noticias de sus parientes.” (Revista “El Heraldo Cristiano”, 1 de febrero 1923)
La batalla de Placilla fue la última batalla de la Guerra Civil de 1891, librada el 28 de agosto de 1891, en la que se enfrentaron las fuerzas del ejército revolucionario congresista, que contaba con un contingente de aproximadamente 11.000 hombres al mando del coronel Estanislao del Canto, con las tropas leales al gobierno del presidente José Manuel Balmaceda, con unos 9.500 efectivos al mando de los generales Orozimbo Barbosa y José Miguel Alcérreca.
La victoria en esta sangrienta batalla, que duró tan solo tres horas, fue para las fuerzas congresistas, las que luego se tomaron la ciudad de Valparaíso, poniendo fin a los combates, y posteriormente, el 31 de agosto, ingresaron a Santiago.
Un total de 1.115 soldados, mujeres y niños leales a Balmaceda murieron en aquella batalla, incluidos los dos generales, quedando alrededor de 2.500 heridos, en tanto las fuerzas vencedoras tuvieron 2.070 bajas entre muertos y heridos, el 20% de su contingente.
Los fallecidos de ambos bandos fueron sepultados en el campo de batalla. Hasta el día de hoy sus cuerpos permanecen ocultos bajo los bosques y casas de Placilla de Peñuelas.
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